jueves, 2 de julio de 2015

JESÚS HABITA EN NUESTRA CASA

Ocurrió en un pueblito de tierras lejanas, la muerte de su caudillo. El velorio fue muy sentido. La mayoría tenía algo de bueno para comentar recibido de aquel hombre. Una mano en la construcción de su casa, un trabajo, un consejo, el préstamo de su caballo… eran algunas de las cosas que la gente agradecía por haber recibido del hombre que había muerto. Y alguien murmuraba y todos los demás afirmaban: “no habrá nunca otro jefe como este”.
   
El hombre fue sepultado con mucho dolor y hubo que elegir a su sucesor. No se ponía de acuerdo. A todos les faltaba algo. Cuando alguien proponía un vecino con algún carisma particular, los demás se encargaban de agregar el “pero le falta…” Entonces ya cansados de discutir decidieron elegir a un anciano. Como se dice normalmente “eligieron a alguien por un tiempo de transición, hasta que aparezca otro, para salvar el momento”.
 
Este hombre se tomó en serio el encargo que le dio su Pueblo. Al día siguiente comenzó a visitar a los que sabían de construcción de viviendas y les propuso los fines de semana juntarse para dar una mano en la reparación de las casas de los vecinos que tenía su hogar deteriorado. Visito a los que tenían una buena chacra y les propuso que recibieran a las personas más empobrecidas dándole la comida, pagándole un jornal y enseñándole el oficio. A dos o tres familias, de esas con muchos valores, les propuso que fueran a matear a la plaza y que animaran los juegos, ayudaran con los deberes, pero por sobre todo que trasmitieran afectos. A quien tenía más de un caballo, le pidió prestado los otros, para tirar el carro de la basura, para traer el agua para todos, o les pidió un caballo para el servicio de correo con otros pueblos.
 
Ocurrió en aquel pueblo, lo que a veces ocurre en el nuestro.
 La gente siguió añorando al caudillo muerto 
y no aceptó la nueva propuesta del anciano de 
“que cada uno comparta con los demás lo bueno que tiene”.
 Entonces no hubo milagro. 
 
 Hay veces que andamos buscando a Jesús fuera de nosotros, y no somos capaces de reconocer a Dios en los dones que Él nos dio. Y nos hacemos mendigos, nos achicamos, nos amargamos, dan-do la posibilidad de que algún jefe nos explote. Al no reconocer lo bueno en nosotros, también nos cuesta ver lo bueno en la esposa, en el esposo, en los padres, parientes y vecinos. Desencanta-dos con la humanidad o consumiendo manos santa, productos mágico o lugares energéticos.

Esa es la raíz de muchas peleas, enemistades, envidias, divorcios, celos, soledades, adiciones y suicidios. Nadie puede amar realmente a otro si no se ama a sí mismo. Nadie puede valorar la flor que nace entre espinas, si solo ve sus propias espinas o las de los otros. Nadie puede estar plenamente bien en grupo, si no se acepta así mismo.
   
Y Jesús vino para todos. Él está en los dones que tenemos para compartir, en ese prójimo que necesita algo de lo que somos o tenemos, en esas relaciones que cuando se suman para bien de todos, hacen verdaderos milagros.
 
En cada uno de nosotros esta descubrir a Jesús en nuestra propia “casa” en nuestro propio “pueblo” o despreciarlo…
Nacho
(Marcos 6,1-6) 

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