La gran novedad de Cacho es la mirada. El espejo. Los vecinos ven reflejada una imagen de sí mismos que les abre un horizonte nuevo. Y esto no es solo una estrategia pedagógica para mejorar la autoestima. Cacho, de verdad, los percibe desde un lugar inédito, y esto cambia radicalmente el modo de vincularse y las expectativas que deposita en ellos.
Él cree que una condición indispensable para que los vecinos enfrenten la lucha contra la pobreza es “el encuentro del hombre con su imagen propia, auténtica, esa imagen llena de dignidad, llena de valor, imagen de Dios al fin”. Ésa es la imagen que recibe de los hombres y mujeres con los que comparte la vida, y eso es lo que ellos descubren al mirarse en él. Una nueva versión de sí mismos.
Para Cacho, los vecinos no son un problema, son un misterio. Percibe una riqueza oculta, lejos de la vista, que respira más allá. Hacia allí se dirige. Él es parte de ese misterio. A medida que avanza, encuentra nuevas piezas que tiene que reacomodar adentro. Cacho logra meterse en el mundo de los vecinos y ellos en su mundo. Una especie de colonización mutua, que desemboca en un lugar nuevo para todos. “Este encuentro me ha cambiado”, dice Cacho, “yo siento que Más que mirar al pobre, trata de mirarse a sí mismo desde el pobre.
Dice Bonavía: “Uno tiende a mirar al pobre como aquel que todavía no es como uno, aquel que no ha llegado a ser lo que la sociedad considera normal o decente. De alguna manera, es una mirada desde cierto aire de superioridad. El centro es el modelo, la periferia es lo que todavía no llegó. Cacho invirtió esa mirada. Empezó a mirar al mundo con tal mirada que se sintió mirado él, y mirada su Iglesia y mirada su fe y su trayectoria como sacerdote, desde las necesidades, y también desde los derechos de quienes, a esa altura del partido, para él ya son amigos, compadres, integrantes de su comunidad”.
La cartasur de Obsur esta a la izquierda en nuestro blog...
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