«Que el Señor se ha asomado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los lamentos de los cautivos y librar a los condenados a muerte»…
«Escucha, Dios, mi voz que se queja, protege mi vida del terrible enemigo; escóndeme de la conjura de los perversos, del tumulto de los malhechores, que afilan la lengua como un puñal y asestan las flechas, palabras hirientes… Aseguran el delito, proponen esconder trampas y dicen: “¿Quién lo verá? Traman crímenes, ocultan la trama tramada. El los escruta, aquel que escruta lo íntimo del hombre, el corazón profundo”.
Alabad a mi Dios con tamboriles, elevad cantos al Señor con címbalos, ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza, ensalzad e invocad su Nombre. PORQUE EL SEÑOR ES UN DIOS QUEBRANTADOR DE GUERRAS. “Tú eres grande, Señor, eres glorioso, admirable en poder e insuperable!».
Miramos a la gente
de nuestro alrededor, a nuestros obreros que han venido a trabajar todos,
inciertos, atónitos: «Han decidido atacarnos». Hoy hemos ido a Tartous…
sentíamos la rabia, la impotencia, la incapacidad de darle un sentido a todo
esto: la gente intenta trabajar, como puede, vivir normalmente. Se ve a los
campesinos regar sus campos; a los padres comprar los cuadernos para las
escuelas, que están a punto de empezar; a los niños pedir, ignorantes, un
juguete o un helado… se ve a los pobres, tantos, que intentan conseguir alguna
moneda, las calles llenas de refugiados “internos” de Siria, llegados desde
todas partes a la única zona que aún queda relativamente vivible… miras la
belleza de estas colinas, la sonrisa de la gente, la mirada buena de un muchacho
que está a punto de alistarse, y nos regala dos o tres cacahuetes americanos que
tiene en el bolsillo, sólo para “sentirse juntos”… Y piensas que mañana han
decidido bombardearnos… Así. Porque “es hora de hacer algo”, así se lee en las
declaraciones de los hombres importantes, que mañana beberán su te mirando en la
televisión la eficacia de su intervención humanitaria… ¿Mañana nos harán
respirar los gases tóxicos de los depósitos bombardeados, para castigarnos de
los gases que ya hemos respirado?
La gente, aquí,
delante de la televisión, con los ojos y los oídos atentos: ¡¡«Se espera una
palabra de Obama»!! ¿Una palabra de Obama? El premio Nobel de la Paz, ¿hará caer
sobre nosotros su sentencia de guerra? ¿Más allá de toda justicia, del sentido
común, de toda misericordia, de toda humildad, de toda sabiduría?
Habla el Papa,
hablan los Patriarcas y los obispos, hablan innumerables testigos, hablan
analistas y personas de experiencia, hablan incluso los opositores al régimen…
¿Y todos nosotros estamos aquí, esperando una sola palabra del gran Obama? Y si
no fuera él, sería otro, éste no es el problema. No se trata de él, no es él “el
grande”, sino el Maligno que en estos tiempo está verdaderamente muy
activo.
El problema es que
se ha convertido en algo fácil contrabandear la mentira con la nobleza, los
intereses más despiadados como una búsqueda de justicia, la necesidad de
protagonismo y de poder como “la responsabilidad moral de no cerrar los ojos”… Y
a pesar de todas nuestras globalizaciones y fuentes de información, parece que
nada puede ser verificado, que no existe un mínimo de verdad objetiva… Es decir,
no se quiere que ésta exista; porque en cambio, una verdad existe y los hombres
honestos pueden encontrarla, buscándola verdaderamente juntos, si no se lo
impidiesen los que tienen otros intereses.
Hay algo que no
funciona y es algo grave… porque la consecuencia es la vida de un pueblo. Es la
sangre que llena nuestras calles, nuestros ojos, nuestro corazón.
Pero ahora, ¿para
qué sirven ya las palabras? Una nación destruida, generaciones de jóvenes
exterminados, niños que crecen con las armas en la mano, mujeres que se han
quedado solas, a menudo objeto de varios tipos de violencia… destruidas las
familias, las tradiciones, los edificios religiosos, los monumentos que contaban
y conservaban la historia y, por tanto, las raíces de un pueblo…
Mañana, por tanto,
(¿o el domingo? qué amabilidad la suya…) más sangre.
Nosotros, como
cristianos, podemos al menos ofrecerla a la misericordia de Dios, unirla a la
sangre de Cristo que en todos aquellos que sufren lleva a cumplimiento la
redención del mundo. Intentan asesinar la esperanza, pero nosotros debemos
resistir a esto con todas nuestras fuerzas.
A quien sienta
verdadero amor hacia Siria (hacia el hombre, hacia la verdad…) pedimos mucha
oración… mucha, preocupada, valiente…
Las hermanas
trapenses
da ‘Azeir – Siria,
29 de agosto de 2013
Traducción de
Helena Faccia Serrano
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