lunes, 16 de agosto de 2010

José Arregi :“Creo en Jesucristo”


Hola Colibrí: dado que tu compartes sin egoísmos escritos muy bonitos,en este domingo quiero compartir con ustedes este escrito también bonito de José Arregi. José es un jesuita español. a quien la doctrina de la fe ha condenado al silencio.
Tiene escritos realmente hermosos.
Este es uno. Deseo que lo disfrutes y buena semana para todos en Bolivia, Argentina, Paraguay, Brasil, Chile, Uruguay... en toda la Patria grande..
                                                                                        Raquel
 Amigos, amigas
                       Cualquier fecha es buena ocasión para meditar con el corazón y la mente, para "reflexionar en nuestra mente y para "recordar" o traer el corazón algunos "artículos" del Credo.
"Creo en Jesucristo",
"su único Hijo, nuestro Señor",
"que fue concebido por obra del Espíritu Santo",
"que nació de Santa María Virgen".

Que nuestra mente y nuestro corazón se gocen.

 

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1.     Creo en Jesucristo

Creo en Jesús, pues Jesús significa "Yahvé ayuda" y ahí, en su nombre propio, se contiene ya la entraña toda de la fe. Jesús es sacramento de Dios que se acerca y ayuda, se inclina y socorre, se abaja y cura. "Dios ayuda": ¿para qué hace falta más cristología?

Creer en Jesús significa acoger y vivir el socorro de Dios a cada herido, y también a mí con todas mis heridas. En eso consiste creer como él, y es lo mismo que creer en él, o también que ser como él, pues de ser se trata en la fe de nuestro Credo.

Creo en Jesús, en su nombre propio, en su historia única, en su humanidad radical que, como toda verdadera humanidad, está sustentada por Dios y, más aún, sustanciada en Dios en lo más profundo.

Creo en su historia de compasión y solidaridad que encarna la compasión y la solidaridad de Dios. Creo en su humanidad, toda ella convertida en sacramento de Dios, pues nada hay más humano que Dios y nada más divino que la humanidad samaritana.

Creo en Jesús Cristo, imagen crucificada de todas las esperanzas de todas las criaturas.

"¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?" (Lc 7,19).

Observemos su vida y lo sabremos. Jesús fue sensible y estuvo atento a la situación límite de los campesinos de Galilea arruinados por los tributos, despojados de las tierras de sus padres debido al peso de las deudas.

El se puso de su lado y del lado de los enfermos, de las prostitutas y de todos los despreciados. Y les infundió el inmenso alivio de una certeza más poderosa que todo el sistema: la certeza de que Dios estaba de su lado y no estaban solos. Por eso le llamamos Cristo.

Creo en Jesús el Cristo cuya vida, desde el fondo de la tierra y desde Dios, sigue anunciando que ninguna criatura está nunca sola, nunca está abandonada.

Aunque tu esperanza se halle arruinada y por los suelos, no estás solo. Dios está contigo como estuvo Jesús con todos, empezando por el último.

¡Ojalá lo supiéramos ver cada vez que nuestros ojos no soportan nuestra propia penuria y la desgracia del mundo! ¡Y ojalá supiéramos ser, como Jesús el Cristo, compañía y compasión de Dios para los perdidos! El mundo entonces estaría salvado.



2.     Su único Hijo, nuestro Señor

Creo en Jesús, el Hijo único. El que se supo plenamente amado, fundado, afirmado, enviado y sostenido por Dios en todo momento. El que impregnó su profecía y su rebeldía en la ternura de Dios.

Le llamamos "hijo único" porque en él confesamos la filiación plena, pero la confesamos como don y como vocación universal, es decir, como filiación que todos hemos recibido y a la que todos estamos llamados.

En él reconocemos, a menudo sólo a tientas, que cada uno somos para Dios un hijo único, una hija única. En él nos percibimos, aunque sólo sea a oscuras, como hijos e hijas amorosamente engendradas, pacientemente gestadas, incondicionalmente amadas.

Con él aprendemos a llamar a Dios con infinita confianza y humildad: ¡Abbá! Él nos llama a querernos como somos y a amar a todas las criaturas, nuestras hermanas, como son, con respeto y cortesía, y a reconocer en ellas la misma dignidad de Dios.

Creo en Jesús, nuestro Señor, no el que nos somete, sino el que nos hace libres de todos los señores, de todos los poderes, de todos los temores que nos amenazan y encogen. Pues para que seamos libres nos ha liberado Cristo (Gal 5,1).

Es el Señor que lava los pies y sirve a la mesa y nos impone el único mandato del amor feliz de sí y del amor servicial mutuo.

Es el Señor que nos devuelve la confianza en nosotros mismos, así como la confianza en el mundo de hoy con toda su complejidad, con toda su vulnerabilidad.

Es el Señor que apoya todo lo que en nosotros es frágil y está caído, y alienta la rebeldía contra todos los poderes que mantienen atenazados a los pobres del planeta.

3.     Fue concebido por obra del Espíritu Santo

Jesús fue un carismático, un hombre inspirado y libre, imaginativo y renovador, pacífico y subversivo. Y no escatimó ningún compromiso ni rehuyó ningún peligro, pero una paz profunda le habitaba por dentro, una paz tan profunda como su confianza en Dios. Se dio del todo, porque se sabía en buenas manos y no temía perderlo todo.

¿Qué se puede decir de un hombre así? Que el Espíritu de Dios le inspira, le habita, le mueve.

Por eso dice el Evangelio y ratifica el Credo que Jesús "fue concebido por el Espíritu Santo".

No hay por qué entenderlo en primer lugar en un sentido biológico, en el sentido de que el Espíritu realice en María las veces de San José.

Y no hay por qué entenderlo en un sentido cronológico, como si el Espíritu Santo hubiera concebido el "ser entero" filial de Jesús en un momento puntual del tiempo. El Espíritu lo fue concibiendo en todo su ser a lo largo de toda su vida.

Reconocemos la presencia creadora y pacífica del Espíritu en todos los seres, y en la bondad y en la alegría de los seres humanos en particular. Y en la bondad feliz y liberadora de Jesús reconocemos los cristianos la presencia plena y vital del Espíritu de Dios.

Jesús es el hombre del Espíritu por antonomasia. El Espíritu de Dios es la raíz de su ser, de su vida reconciliada y mesiánica, sanadora y consoladora.

Esa es la "concepción por el Espíritu" que confesamos en el Credo. No se refiere en primer lugar a un fenómeno biológico singular, al hecho físico de una concepción sin varón, como si la concepción por el Espíritu fuese incompatible con la concepción por un varón o como si la paternidad divina fuese enemiga de la paternidad humana.

Entender y rezar el Credo de esa forma sería ahogar la fe cristiana en un maniqueísmo dualista que desprecia la carne, y con ella a Dios. Y la fe en la encarnación nos lleva a lo contrario.

Dios es amigo del cuerpo y el cuerpo es sacramento de Dios. Cada una de sus manifestaciones humanas, humanizadoras, es manifestación de Dios, realización de Dios, encarnación de Dios.

Toda unión de los cuerpos es "virgen" cuando es humana, humanizadora y, por lo tanto, fecunda.

Dios es la fuente de toda paternidad-maternidad humana, y la fecundidad de nuestra humilde carne en todas sus formas es expresión de Dios. Todo lo que crea y recrea la vida, a todos los niveles, viene de Dios, de su Espíritu Santo. Toda paternidad-maternidad verdadera es, pues, "virginal", es "concepción por el Espíritu Santo".

4. Nació de Santa María Virgen

María es el segundo nombre propio presente en el Credo. Jesús nació de María, de mujer, de madre. ¡Qué hay de más normal! En eso tan normal y natural, los cristianos reconocemos lo más grande y admirable: la encarnación de Dios, el abajamiento de Dios, la humildad y la humanidad de Dios, la proximidad carnal y samaritana de Dios.

La "encarnación" de Dios en Jesús es mucho más que un acontecimiento "milagroso" y singular. Creo que la fe cristiana nos invita a confesar y celebrar la Navidad como sacramento entrañable de la encarnación universal de Dios. "Sacramento" significa una realidad donde se realiza y se revela "toda" la realidad. En el nacimiento de Jesús vemos realizada y vemos manifestarse el misterio de la encarnación universal de Dios.

Rûmî, uno de los grandes poetas y santos sufíes de la tradición mística musulmana, del siglo XIII, escribió con enorme hondura mística y apertura ecuménica:
"Nuestro cuerpo es semejante a María: cada uno tiene un Jesús en su interior, pero éste no puede nacer hasta que los dolores de parto no se manifiesten en nosotros".

Creo que el gran místico musulmán sugiere la clave fundamental de la mariología, e incluso de la cristología.

María es santa, no porque sea intachable, "inmaculada", angélica, irreal (¿cómo podría una mujer o un hombre identificarse con una figura tan desencarnada?). María es santa porque en ella acoge el don de Dios como fruto de la gracia y de la tierra. Su santidad no consistió en ser perfecta, sino en acoger sencillamente la gratuidad de Dios.

Su virginidad, más bien que en carecer de relaciones sexuales, consiste en abrir cada día sus entrañas a Dios en pobreza, en libertad, en confianza. Así encarnó a Dios en su vida y en su carne. Jesús, el hombre del Espíritu, es hijo de sus entrañas, y todas las entrañas, como las suyas, están llamadas a encarnar a Dios.

Toda mujer y todo hombre están llamados a encarnar a Dios. Y ser de carne, como somos, no es en absoluto un obstáculo, sino el camino. Estamos llamados a acoger y a concebir a Dios en nuestra carne herida y virgen.

Todos estamos llamados a acogerlo en lo más carnal y en lo más espiritual, pues ambas cosas nos constituyen y son inseparables. Estamos llamados a acoger, concebir, encarnar a Dios como lo acogió, lo concibió y lo encarnó María.


5. Jesús, el autor y el perfeccionador de nuestra fe
Jesús es el "autor y perfeccionador de nuestra fe" (Heb 12,2). Jesús inspira nuestra fe, nuestra confianza vital, nuestra seguridad frágil y firme en el Dios de la vida, en su ternura compasiva y universal.

Jesús reinspira, reanima nuestra fe cada vez que flaquea, es decir, cada día. Jesús nos conduce de duda en duda y de fe en fe, de desaliento en desaliento y de confianza en confianza. Y nunca llegamos a la perfección, pero él nos lleva de la mano y en dejarnos llevar consiste la perfección de nuestra fe.

En unos tiempos que eran tan difíciles para la esperanza como los nuestros, Jesús se supo tiernamente tomado de la mano por Dios y esperó contra toda esperanza. Y anunció la esperanza en Dios, que jamás abandona sus criaturas a su suerte, sino que acompaña a cada una en medio de todos sus gozos y sufrimientos.

Dios acompañó a Jesús y se manifestó en él como compasión universal que sostiene todas las cosas. Dios acompañó los pasos de Jesús, cada una de sus palabras de denuncia y de consuelo, sus dudas y certezas, su desasosiego y su descanso, su rebeldía y su paz, su contestación y su obediencia, su vida y su cruz. Dios acompañó a Jesús hasta la cruz, hasta en el desmoronamiento de la cruz.

En Jesús, Dios acompaña y habita de lleno a cada criatura. Como a Jesús, como si fuese Jesús. Para que seamos Jesús, o hasta que lo seamos. Este es nuestro Credo y nuestra confesión cristológica.

La vida y la cruz de Jesús siguen siendo para nosotros pascua y adviento. ¡Ven, Señor Jesús, a tomarnos de la mano, a reavivar nuestra fe, a reverdecer nuestra esperanza!



 

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