lunes, 16 de enero de 2012

PILAR SORDO La gente que es feliz decidió levantarse con una sonrisa gigante en los labios y una pena gigante en el alma.


-Su primera investigación surge a partir del divorcio de su primer marido y todas las publicaciones se inician por vaivenes y sinsabores de su propia vida: ¿cómo empezó a plasmar eso en letras?
-Cuando me separé empecé a preguntarme mil cosas y me surgió la necesidad de saber si a otras personas les pasaba lo mismo que a mí. Hice una investigación que duró ocho años e involucró a miles de personas. Una editora me buscó para que la escriba. Lo hice. Le gustó y de ahí nunca más paré.
-Usted empezó trabajando con adolescentes y parejas, ¿cómo ve hoy a las generaciones más jóvenes?
-Perdidos y solos. Pero no por responsabilidad de ellos, sino porque los padres no los educan. Creo que hay adolescentes y jóvenes que vienen con ganas de comprometerse porque entendieron que el bienestar económico en sí mismo no produce felicidad. Están en búsqueda de otra cosa y eso me apasiona.
-¿Cree que los padres dejaron de ser la guía de sus hijos para trabajar y dedicarse a sí mismos?
-Sí, totalmente. Los adolescentes, de hecho, están buscando un anclaje y guía entre ellos mismos porque saben que buscar arriba es perder el tiempo. 
  -¿Cómo se llegó a eso?
-Porque las generaciones de los cuarenta y tantos se dedicaron a generar recursos y a suponer que teniendo medios mejores de los que tuvieron sus padres iban a ser más felices. Y eso claramente no es así. A partir de ahí empezamos a equivocarnos; queremos ser amigos de nuestros hijos, no ponemos límites, no marcamos disciplina, no decimos nunca que no, les compramos demasiadas cosas sin que se lo merezcan y los llenamos de cosas que no son lo más importante. Así llegamos a que los padres le tengan miedo a los hijos y que las familias sean un estado democrático donde todos opinan.
-En Uruguay hay un alto índice de divorcios. ¿Por qué cree que las parejas enfrentan tantas crisis? -Faltan cosas simples como la tolerancia, sentido del humor, paciencia, entender el amor como una decisión y no solo como un sentimiento. No competir con el otro y, por el contrario, reflexionar acerca de lo que se puede aprender de la pareja. Creo que hoy se enfatiza mucho en los derechos y no tanto en los deberes de cada uno. La entrega y la donación ha ido disminuyendo en las parejas y entonces esa decisión de elegir y hacer feliz todo los días al otro se ha ido perdiendo por hacerme feliz a mí. Y ahí nos perdemos.
-Si bien en su libro Viva la diferencia plantea varias, ¿cuál es la principal diferencia entre hombres y mujeres?
-En mi primera investigación aparecieron dos conceptos: retener, asociado a lo femenino, y soltar a lo masculino. Me pareció algo ligado a una cuestión biológica, porque si la mujer no retiene no es madre, y si el hombre no suelta no es padre. Pero descubrí que la mujer está diseñada para retener desde líquido hasta las discusiones porque siempre tenemos algo más para decir. El hombre, por el contrario, avanza, no se detiene, ni repara en detalles. El hombre vive y olvida. Por eso les cuesta sentirse culpables y tiene pareja nueva después de terminar una relación de manera muy rápida. Entonces con la investigación supe que teníamos algo que aprender a lo largo de la vida. Si las mujeres estamos diseñadas para retener, nuestra gran misión es aprender a soltar; y si los hombres están diseñados para soltar, tienen que aprender a retener.
-¿Y cómo se logra eso?
-El problema en las mujeres es que necesitan sentirse indispensables. Cuando logran disminuir eso pueden aprender a soltar. Los hombres tienen que reducir su necesidad de sentirse reconocidos o admirados porque eso los lleva a la infidelidad ya que en la medida que conquista y es admirado, se aburre, suelta y busca un nuevo objetivo. Para reducir esto tienen que aprender a hablar con los que aman. En general los hombres hablan alrededor de 10.000 palabras diarias y las mujeres alrededor de 17.000. El problema no está en las 7.000 de diferencia sino en que los hombres se gastan 9.998 antes de llegar a la casa y cuando llegan tienen, con suerte, dos palabras. ‘Quiero comer‘. ‘Estoy cansado‘. Entonces si un hombre no se comunica no pueden mantener los afectos. La otra diferencia importante es que la mujer funciona en base a procesos y los hombres en base a objetivos o metas. Uno disfruta del trayecto y el otro de la llegada. Esto ancla, estructura y determina gran parte de las dificultades de comunicación que tenemos hombres y mujeres.
-En una entrevista usted dijo que el dolor es un compañero de viaje. ¿Por qué?
-Lo siento así. La gran ilusión ficticia de la modernidad es sentir que le ganamos al dolor con medicamentos, música, gente y fiesta. Y yo creo que no es verdad, pienso que en la medida en que aceptamos que es parte de nuestra vida, que camina con nosotros, vamos a generar mayor aprendizaje y evolución espiritual.
-¿Y la felicidad es un estado o también es un compañero?
-Es una responsabilidad personal. La gente que es feliz no es que no tenga problemas, porque ese ser humano no ha nacido ni va a nacer jamás. La gente que es feliz decidió levantarse con una sonrisa gigante en los labios y una pena gigante en el alma. Y eso tiene que ver con el hacerse cargo. La mitad de la gente no es feliz porque los padres le cagaron la vida, porque cuando era niño le hicieron mal; y la otra mitad dice que va a ser feliz cuando el hijo se reciba, cuando no tenga celulitis o cambie el auto. ¿Y hoy? Hoy es la única oportunidad real que tenemos para ser felices y la mitad de la humanidad se la perdió porque no fue consciente de que podía decidir ser feliz independientemente de las penas que tenga en el alma.

(El País por VIVIANA RUGGIERO)

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