La noche del sábado estaba silencia en el barrio en que habito sus últimos años la abuela María. La casa acojia a vecinos, hijos, nietos y demás seres queridos. Después de un prolongado silencio la abuela pidió le alcanzaran algunas de las pocas y pobres pertenencias que tenia. El pañuelo, el sobrero, la sombrilla, la taza de porcelana, el bastón… les daba un beso a cada uno de los objetos y los regalaba empezando por las nueras. Las lagrimas brotaban en las miradas atentas de los más jóvenes y los más viejos. Por último doña María llamo a sus tres hijos menores. Andrés, el considerado el más santo de la parentela se sentó en la cama y se tomaron de la mano con su madre. Magdalena era la menor, con una discapacidad visible se acerco temblorosa a la al llamado. Un poco mas atrás estaba Daniel el inquieto, el travieso, el que hasta hoy había emprendido muchas cosas pero nada había culminado. Con movimientos mas suaves que de costumbre la abuela se saca sus lentes, los envuelve cuidadosamente en la franela y los deposita en el gastado estuche de panta sote. Recorre con una tierna mirada los rostros de cada uno de los presentes hasta detenerse en su hijo Daniel. Como madre realizo el rito de besar el regalo y se lo ofreció con una sonrisa a este hijo elegido diciéndole – te ayudaran a ver el buen camino. Todos recuerdan aquellas ultimas palabras de la abuela María y guardan como un tesoro muy valioso el recuerdo que ella entrego a cada uno…
Pasaron los años y cada uno fue decidiendo su destino. Unos acentuaron el trabajo, otros los estudios, unos viajaron al exterior buscando realizar diferentes sueños… Magdalena era la que tenia la cruz mas visible pero sorprendía las buenas energías que trasmitía, y era la que intentaba estar presente cuando requerían su servicio. Un día ella conto, que se sintió perdida con la muerte de su madre. Buscando consuelo tubo algunas caídas hasta que un día soñó las ultimas palabras de doña María – Te ayudaran a ver el buen camino. Busco a su hermano Daniel y le pregunto por los lentes, este ni se acordaba donde los había puesto. Magdalena los busco hasta que los encontró. Necesito de ayuda para mejorar el armazón y tubo que cambiar los cristales según su necesidad actual. Ella cuenta agradecida que poco a poco los lentes la ayudaron a encontrar el buen camino, y desde entonces procura caminar por el, sintiendo mas liviana su cruz. Los domingos hace un alto en las actividades y con la franelita limpias sus cristales, sintiéndose acompañada por su madre para emprender la semana.
Todos necesitamos creer en algo para transitar por esta vida, pero no todos necesitamos de una Iglesia para encontrar y mantenernos en el buen camino. Hay personas que pueden ver bien sin lentes. Otros lo necesitan. Algunos lo necesitan y no los usan por las más diversas razones, que pueden ser por no saber que existen, por no estar a su alcance, por despreciarlos. Otros cuando lo necesitan buscan adquirirlos. Algunos se ponen los lentes inadecuados por engaños o por inmediatez. Otros como Magdalena, a su momento, los buscan hasta que los encuentran pidiendo ayuda para adaptarlos a su medida.
Al recibir el bautismo nos incorporamos a una Iglesia que tiene una mirada de fe, de la vida, la cual hay que ir retocando su armazón y cambiando sus cristales según la cultura y la realidad actual. Desde lo esencial que permanece por siempre en las Iglesias Cristianas que es la palabra de Jesús el que paso haciendo el bien, fue apresado asesinado asesinado y vencio el mal con la resurrecio. Esta fe se vive y se alimenta en comunidad por eso necesitamos hacer un alto en el camino para encontrarnos con nuestros hermanos y con el pan y el vino consagrado limpiar los cristales del corazón y la razón, dándonos apoyos para comenzar cada semana. Cargando con esperanza nuestra cruz y atentos a dar una mano a quien la necesite...
Nacho ( Homilia bautismos domingo 11 noviembre 2012 - Inmaculada - Río Branco)
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