domingo, 3 de febrero de 2013

LA SEMILLA DEL REINO CRECE POR SÍ SOLA



Reflexión a partir de Mc 4, 26-43

¿Cuántos intentos por vivir según Dios? ¿Cuánto empeño hemos puesto? ¿Cuánto esfuerzo y sacrificios realizamos? Podríamos decir que muchos. Pero aun frente a todos nuestros esfuerzos siempre experimentamos la precariedad humana, las limitaciones que hacen sentir que después de mucho trabajo, en un descuido, todo se derrumba. Con ello nos invade la tristeza y difícil es escapar de la sensación de fracaso, del cansancio, del reiterado “no puedo”.

Sin embargo hoy el Señor nos enseña en su Palabra que no siempre es así. Dios ve el trabajo y el esfuerzo de los que buscan seguirlo, de los que cultivan un corazón sencillo, amable, servicial, amante. Dios ve nuestros desvelos ante las preocupaciones de la vida, nuestro actuar ante las responsabilidades, nuestra ayuda prestada al necesitado, nuestra mesa preparada para recibir a un invitado. Dios lo ve todo. Pero entonces ¿porqué creemos que no estamos dando buenos frutos?, o ¿porqué la sensación de que experimentar el Reino de Dios EN y CON nosotros es algo tan difícil o casi imposible? En este texto Jesús nos da alguna pista por donde andar.

Al igual que el hombre de la parábola nosotros trabajamos por el Reino: echamos la semilla (conocemos la Palabra y la predicamos), cuidamos la planta (le rezamos a nuestro Dios), dormimos para descansar y nos levantamos cada día para trabajar (reconocemos nuestra necesidad y buscamos la ayuda en Jesús para seguir -vida sacramental-). Sin embargo la planta crece por sí sola: las semilla, puesta en tierra buena, se afianza en sus raíces para hacer crecer el tallo, luego la espiga y por último el grano. Veamos este proceso iluminados por lo que está de fondo, que creemos ver en este texto: la CONFIANZA que hace de nuestro andar un camino seguro a Dios.

El hombre de la parábola “duerme de noche y se levanta de mañana...” El texto deja percibir el ambiente de seguridad con el cual el hombre vive. Sabe que la planta crecerá y que se recogerá el fruto del esfuerzo empeñado. Sabe que debe poner TODO de sí: elegir la tierra, echar la semilla y cuidarla. Pero está tranquilo y seguro. Confía en que luego vendrá la recompensa. Recompensa que no es otra cosa que tener en su mesa el pan de cada día, la seguridad de que habrá un mañana para el y toda su familia. Caminar en al confianza de Dios es lo que podemos hacer. Es una esperanza segura que parte de la realidad de nuestras posibilidades. No es una simple ilusión sino que surge del conocimiento de nuestros propios derechos y deberes, y los del prójimo.
En nuestro diario vivir experimentamos muchos miedos contrarios a la confianza en Dios: miedo por nuestro trabajo, miedo por nuestra familia, miedo por el futuro, miedo por la falta del sustento de cada día, miedo por nuestra salud, miedo a morir. Ésto no disminuye nuestro gran esfuerzo por vivir según Dios, por vivir esa compañía de Jesús que camina con nosotros. Muchos trabajan por un mundo mejor, por ayudar a los más necesitados, por curar las heridadas corporales y espirituales de nuestros semejantes; muchos trabajan por la justicia social, muchos hablan en nombre de los que no tienen voz, muchos luchan por un mundo mejor para todos.

Pero en todo ello puede haber un grave error. En nuestros esfuerzos y luchas podemos creer que somos nosotros los que hacemos posible el cambio, que somos nosotros los hacedores del milagro. Podemos asemejarnos al pecado de Adán de querer ser como Dios, o al simple -y muy metido en nuestra sociedad- “deber ser” kantiano y alejarnos mucho del Evangelio. Podemos ser simples funcionarios de una empresa en la cual sólo trabajamos por un sueldo, por un reconocimiento, y esperamos las vacaciones para desvincularnos totalmente de nuestra tarea. Sí, es posible que ésto nos suceda. Podemos traicionar por completo el mensaje de Jesús.

El hombre de la parábola confía en que sus esfuerzos harán posible que la planta de fruto, pero al llegar la noche duerme tranquilo. Lo deja todo en las manos del Creador. Sin duda que siempre experimentaremos la sensación de que nuestro esfuerzo es poca cosa, que por más que demos todos nuestros bienes nunca alcanzan, que el cansancio toca nuestro cuerpo con los años y que cada vez podemos hacer menos. Pero más allá de éstas experiencias debemos estar tranquilos y confiar en el Señor. El ve nuestro trabajo. Lo que tenemos que hacer es descifrar la dinámica del Reino que es la gratuidad.

El Reino es GRATIS. Dios nos lo da en Jesús y nosotros lo recibimos sin ningún merecimiento y, si queremos vivir el Reino, debemos vivir en pasos de esa misma GRATUIDAD. La gratuidad y la confianza son hermanas ya que quien confía en Jesús vive sin preocuparse de lo que tiene y de lo que vendrá. Quien vive el Reino comparte cuando tiene tiene y no se avergüenza cuando debe pedir si le falta. Pero quien vive el Reino sabe que nunca le faltará nada, y más: Dios promete mucho más de lo esperado “...por lo tanto, busquen primero su reino y su justicia, y se les darán también todas esas cosas...” (Mt 6,33).

Lo primero es conocer la tierra donde echar la semilla. No siempre parece tierra buena pero aun así hay que sembrar. La tierra a sembrar es la REALIDAD. En nuestro mundo de pobreza e injusticia, de violencia y soledad, Dios nos llama a sembrar su Palabra. Frente al individualismo, el egoísmo, el hedonismo, Dios nos llama a proclamar su mensaje de Salvación que implica tomar conciencia de nuestra necesidad de fraternidad, de solidaridad de unos con otros, de compartir lo que tenemos con el más necesitado. Un mensaje de confianza en un Dios que es puro amor por el hombre y sobre todo por el que más sufre. Desde ésta realidad comienza nuestra MISIÓN.

Aun allí, en esa compleja realidad, el mensaje de Jesús es urgente a los más pobres, a los excluídos sociales, a los marginados por ser diferentes, a los despreciados de un mundo que ve como un logro el desprestigiar al que no entra en los esquemas serviles del capitalismo. En éste mundo debemos proclamar que el Reino es sobretodo, y preferencialmente, para los pobres. Así lo hizo Jesús y nosotros creemos caminar seguros por esta senda. Cada día hay más pobres, cada día hay más marginados. Cada día Jesús vuelve a ser crucificado en su pueblo sufriente...

Nuestra Misión parte de la realidad sabiendo que no somos nosotros quienes cambiamos las estructuras sino que es el Espíritu Santo de Dios que eleva al Padre el clamor de sus hijos que sufren y él, como padre amoroso, actúa en su pueblo suscitando nuevos profetas que anuncien la Buena Nueva y que denuncien las injusticias. Somos conscientes de nuestra pequeñez pero así mismo nos ofrecemos para trabajar firmes en la fe, dando razones de nuestra esperanza (1 Pe 3,15) y poniendo a disposición del Señor todo lo que esté a nuestra alcance para mejorar la situación de injusticia de tantos hermanos nuestros. Aun en esta difícil realidad, a pesar de nuestro pequeño grano de arena, sabemos que el Reino de Dios está presente...la semilla germina y crece por sí sola...

Diego Pereira.


No hay comentarios:

Publicar un comentario