En la
sociedad actual se nos hace cada vez más difícil convivir. El ritmo
de nuestra vida es cada vez más acelerado y no nos hacemos tiempo
para estar juntos. Hay un gran quiebre en el interior de la familia
que no logra adaptarse a los horarios que el sistema le impone y por
ello cada miembro familiar tiene su ritmo, el cual es a veces
imposible acompasar al resto. Lo mismo sucede en el segundo círculo
de relaciones; muchas veces postergamos encuentros o salidas con
amigos, o parientes, ya que, si no es que tenemos algo previamente
agendado, otra veces nos gana el cansancio o el desgano. Creo que lo
peor es la opción que muchos están eligiendo: quedarse en casa
“conectados” con el mundo a través de las redes sociales. Es
realmente lastimoso como esta última opción está destruyendo cada
vez más las raíces del ser humano ocasionando graves consecuencias
antropológicas. Si el cerebro humano se fue perfeccionando a lo
largo de la evolución, hoy en día, a nivel afectivo y relacional,
estamos perdiendo esta capacidad de encontrarnos.
Esto es
lo que los cristianos estamos invitados a enfrentar aún en en el
medio de esta marea en la cual tenemos mucho viento en contra, y
mostrar nuestras razones para oponernos a lo que se nos impone. Jesús
dejó claro que la vida humana tiene sentido desde que podemos
vivirla en comunidad pues allí es el lugar privilegiado donde Dios
se hace presente. La familia, el grupo, el clan, las agrupaciones,
son formas de de facilitar el encuentro con Dios a partir de los
demás que son el reflejo de Dios, las manos de Dios, el abrazo de
Dios. Por eso el desafío que tenemos es de forjar encuentros que
hagan de nosotros “puentes” de unión entre Dios y los hombres.
Nadie conoce a Dios sólo desde los libros, desde la catequesis,
desde la participación en una celebración religiosa, sino hay
encuentro humano. La reunión de mujeres y hombres es requisito
fundamental para experimentar a Dios.
El IV
Encuentro Teológico llevado a cabo en la Laguna Merín tiene este
requisito: la con-vivencia. Convivir significa vivir-con
otros, estar un determinado tiempo viviendo con otros, sea dos días,
cinco, una semana. Es lo que significa este prefijo “con”: unión,
compañía. Si suponemos la vivencia de varias personas, convivir
alude a la sumatoria de vivencias de personas que tienen algo en
común que las une, que las hace ser compañeros de camino, que
tienen un objetivo en común. Por lo tanto en la Laguna
experimentamos este juntarnos durante una semana para lograr unir
nuestras vidas que, de muchas maneras, ya están unidas por varios
motivos, pero que desde el convivir logran unirse aún más. Allí se
dan experiencias humanas muy fuertes desde que cada uno abre el
corazón a quien conoce o incluso al que conoce por primera vez, y se
deja iluminar por las palabras del grupo. No faltan los llantos de
alegría o de dolor que anidan en el interior de cada uno, pero que
desde la confianza se hacen vida con todos.
Pero
este convivir trae consigo otro requisito: el com-partir. Por
un lado compartir es dar a otro algo que se tiene como propio, algo
que es parte de uno y se lo regalo al otro. Por otro lado me parece
importante detenerme en el término “partir”. Partir tiene que
ver con algo considerado como un todo, pero que se hace varias
partes. Este partirse de algo depende de una fuerza externa al propio
objeto partido y, una vez así, sólo puede ser recompuesto con la
ayuda de otro, u otros. En este sentido podemos decir que, a partir
de la experiencia humana, compartir es dejarse quebrar, romper e
incluso despedazar, por los demás, con tal que lo que yo tengo pueda
ser repartido entre los demás. ¿Muy difícil? No. En la Laguna se
dan el abrirse de los corazones, de contarnos hasta lo más difícil
de cada uno (partirse) como regalo a la comunidad, y ésta la que
acoge con amor y comprensión aquellos dolores, sufrimientos, heridas
del otro, y las hace el núcleo central de la reunión. Es en esos
momentos donde la presencia de Jesús Liberador se manifiesta de
manera muy patente: Jesús sana EN y CON la comunidad las
enfermedades y las heridas individuales. Él mismo nos dio su Cuerpo
y su Sangre, se partió como pan para darse entero a nosotros.
Es por
eso que el Encuentro Teológico de la Laguna es una experiencia
LIBERADORA: desde que el amor que nos une nos abrimos al hermano/a y
sabemos que es Dios mismo que nos lo pide y nos regala esa comunidad
que nos abraza y sostiene. La fuerza del Espíritu Santo es la que
nos hace partirnos y compartirnos, unos con otros. Pero ese
com-partir requiere con-vivir de modo comprometido, con una decisión
de ser uno con el otro, para ser uno con Dios mismo. Jesús sigue
sanando y uniendo a su Iglesia que se manifiesta en la sinceridad de
tantos corazones que se parten para repartir amor, y de tantos otros
que acogen ese pedacito y lo integran a su propio corazón. Mientras
en nuestra cultura sigamos favoreciendo el individualismo que lleva
al sujeto a encerrarse en sí mismo, estaremos colaborando con la
perdición del ser humano. Por lo contrario si trabajamos para
construir comunidad, convivencia y el compartir, estaremos
colaborando con el Reino de Dios que quiere hacerse presente en
Jesús, en medio de su comunidad, para liberarnos.
Diego Pereira
totalmente Diego "con una decisión de ser uno con el otro,para ser uno con dios mismo",ESE ES EL REINO el que todo ser humano necesita y que muchas veces por dejarnos llevar por el EGO no vemos,no percibimos el llamado de dios
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