miércoles, 28 de enero de 2015

IV ENCUENTRO TEOLÓGICO: UN COM-PARTIR QUE SUPONE UN CON-VIVIR

       
  En la sociedad actual se nos hace cada vez más difícil convivir. El ritmo de nuestra vida es cada vez más acelerado y no nos hacemos tiempo para estar juntos. Hay un gran quiebre en el interior de la familia que no logra adaptarse a los horarios que el sistema le impone y por ello cada miembro familiar tiene su ritmo, el cual es a veces imposible acompasar al resto. Lo mismo sucede en el segundo círculo de relaciones; muchas veces postergamos encuentros o salidas con amigos, o parientes, ya que, si no es que tenemos algo previamente agendado, otra veces nos gana el cansancio o el desgano. Creo que lo peor es la opción que muchos están eligiendo: quedarse en casa “conectados” con el mundo a través de las redes sociales. Es realmente lastimoso como esta última opción está destruyendo cada vez más las raíces del ser humano ocasionando graves consecuencias antropológicas. Si el cerebro humano se fue perfeccionando a lo largo de la evolución, hoy en día, a nivel afectivo y relacional, estamos perdiendo esta capacidad de encontrarnos.
         Esto es lo que los cristianos estamos invitados a enfrentar aún en en el medio de esta marea en la cual tenemos mucho viento en contra, y mostrar nuestras razones para oponernos a lo que se nos impone. Jesús dejó claro que la vida humana tiene sentido desde que podemos vivirla en comunidad pues allí es el lugar privilegiado donde Dios se hace presente. La familia, el grupo, el clan, las agrupaciones, son formas de de facilitar el encuentro con Dios a partir de los demás que son el reflejo de Dios, las manos de Dios, el abrazo de Dios. Por eso el desafío que tenemos es de forjar encuentros que hagan de nosotros “puentes” de unión entre Dios y los hombres. Nadie conoce a Dios sólo desde los libros, desde la catequesis, desde la participación en una celebración religiosa, sino hay encuentro humano. La reunión de mujeres y hombres es requisito fundamental para experimentar a Dios.
         El IV Encuentro Teológico llevado a cabo en la Laguna Merín tiene este requisito: la con-vivencia. Convivir significa vivir-con otros, estar un determinado tiempo viviendo con otros, sea dos días, cinco, una semana. Es lo que significa este prefijo “con”: unión, compañía. Si suponemos la vivencia de varias personas, convivir alude a la sumatoria de vivencias de personas que tienen algo en común que las une, que las hace ser compañeros de camino, que tienen un objetivo en común. Por lo tanto en la Laguna experimentamos este juntarnos durante una semana para lograr unir nuestras vidas que, de muchas maneras, ya están unidas por varios motivos, pero que desde el convivir logran unirse aún más. Allí se dan experiencias humanas muy fuertes desde que cada uno abre el corazón a quien conoce o incluso al que conoce por primera vez, y se deja iluminar por las palabras del grupo. No faltan los llantos de alegría o de dolor que anidan en el interior de cada uno, pero que desde la confianza se hacen vida con todos.
         Pero este convivir trae consigo otro requisito: el com-partir. Por un lado compartir es dar a otro algo que se tiene como propio, algo que es parte de uno y se lo regalo al otro. Por otro lado me parece importante detenerme en el término “partir”. Partir tiene que ver con algo considerado como un todo, pero que se hace varias partes. Este partirse de algo depende de una fuerza externa al propio objeto partido y, una vez así, sólo puede ser recompuesto con la ayuda de otro, u otros. En este sentido podemos decir que, a partir de la experiencia humana, compartir es dejarse quebrar, romper e incluso despedazar, por los demás, con tal que lo que yo tengo pueda ser repartido entre los demás. ¿Muy difícil? No. En la Laguna se dan el abrirse de los corazones, de contarnos hasta lo más difícil de cada uno (partirse) como regalo a la comunidad, y ésta la que acoge con amor y comprensión aquellos dolores, sufrimientos, heridas del otro, y las hace el núcleo central de la reunión. Es en esos momentos donde la presencia de Jesús Liberador se manifiesta de manera muy patente: Jesús sana EN y CON la comunidad las enfermedades y las heridas individuales. Él mismo nos dio su Cuerpo y su Sangre, se partió como pan para darse entero a nosotros.
      Es por eso que el Encuentro Teológico de la Laguna es una experiencia LIBERADORA: desde que el amor que nos une nos abrimos al hermano/a y sabemos que es Dios mismo que nos lo pide y nos regala esa comunidad que nos abraza y sostiene. La fuerza del Espíritu Santo es la que nos hace partirnos y compartirnos, unos con otros. Pero ese com-partir requiere con-vivir de modo comprometido, con una decisión de ser uno con el otro, para ser uno con Dios mismo. Jesús sigue sanando y uniendo a su Iglesia que se manifiesta en la sinceridad de tantos corazones que se parten para repartir amor, y de tantos otros que acogen ese pedacito y lo integran a su propio corazón. Mientras en nuestra cultura sigamos favoreciendo el individualismo que lleva al sujeto a encerrarse en sí mismo, estaremos colaborando con la perdición del ser humano. Por lo contrario si trabajamos para construir comunidad, convivencia y el compartir, estaremos colaborando con el Reino de Dios que quiere hacerse presente en Jesús, en medio de su comunidad, para liberarnos.

                                                                                                                 Diego Pereira
















1 comentario:

  1. totalmente Diego "con una decisión de ser uno con el otro,para ser uno con dios mismo",ESE ES EL REINO el que todo ser humano necesita y que muchas veces por dejarnos llevar por el EGO no vemos,no percibimos el llamado de dios

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