Juan Manuel Hurtado López
Misión Ocosingo-Altamirano
“Jesús les contestó: Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he venido.
Y se fue a predicar en las sinagogas judías por toda Galilea, expulsando los demonios”. Mc, 1, 38-39
1. Andando por el camino
El domingo 22 de junio salimos un grupo de nueve misioneros de Altamirano, a una comunidad que se llama La Codicia. El grupo está conformado por un diácono, un candidato al Diaconado y su esposa, una coordinadora de grupo de mujeres, una religiosa, un catequista, una joven voluntaria que vino de Guadalajara a prestar servicios en el Hospital San Carlos en Altamirano, Chiapas, un Principal y un sacerdote: el que esto escribe.
En camioneta llegamos hasta un pequeño poblado, Nuevo Morelia, y de ahí caminamos unos 40 minutos hasta llegar a La Codicia. La tarde del domingo y la mañana del lunes las empleamos en convivir con la comunidad, palpar su vida, ver los trabajos de los servidores y celebrar la Eucaristía.
Ya por la tarde continuamos nuestra caminata por una vereda lodosa que trepaba por el monte entre pinos, cedros y otros arbustos. Íbamos cargando nuestra mochila y nuestra esperanza y, en lo ojos, un poco de asombro. Llegamos a la comunidad, Santa Cecilia, y platicamos con los servidores de la comunidad. En esta ocasión, todos varones.
Ahí estuvimos hablando de sus problemas, del desánimo y pasividad de la comunidad que no responde, y de las posibles medidas que se pueden tomar para avanzar. Después de celebrar la Eucaristía al día siguiente, continuamos hacia San Rosemberg, con el mismo esquema de trabajo y un poco más lodo en las veredas. Hicimos unas dos horas de caminata. Al día siguiente partimos hacia 20 de Noviembre. Caminamos entre lodo, trepadas, olor a resina y cantos de pájaros. Desde este lugar finalmente salimos, acompañados por una ligera lluvia, a Rancho Mateo, donde íbamos a tomar de nuevo una camioneta para regresar a Altamirano. Cerrábamos así el círculo de cinco días de trabajo. Esta visita a las comunidades la vamos a continuar por varias semanas más, dado que son cuarenta y cinco comunidades las que vamos a visitar en esta ocasión.
Esta itinerancia por las comunidades de este equipo misionero, integrado por diversos servidores y servidoras, me recordaba la itinerancia de Jesús con sus apóstoles por las comunidades de Galilea, la itinerancia de Pablo y Bernabé, de Pablo y Marcos por las comunidades de Asia Menor. Era volver a los orígenes de la predicación de Jesús, era volver al principio de la misión de anunciar el Reino de Dios que predicaron Jesús y sus seguidores. Este fue el origen de la Iglesia, el estilo de la misión y la manera de ser Iglesia con Pablo y Bernabé (Hch 12,24-13,3)
En Hechos 15,36 leemos: “Pasados algunos días, dijo Pablo a Bernabé: Volvamos para visitar a los hermanos, en todas aquellas ciudades donde hemos anunciado la Palabra del señor, para ver cómo se encuentran”. También está el ejemplo de los discípulos que huyeron de Jerusalén a la muerte de Esteban y llegaron a Antioquia a predicar (Hch 11,19-26).
Eran grupos itinerantes, sin casas fijas, sin instalaciones. No eran centro de nada, caminaban por las comunidades. No tenían oficinas, dependencias, instituciones.
El caminar por las comunidades con este equipo misionero, mochila al hombro, me recordaba los inicios de la misión de Jesús y la frescura del Evangelio.
2. Pérdidas y ganancias
Con el paso del tiempo la Iglesia dejó la itinerancia y se estableció en las comunidades que iban tomando fuerza por el número de creyentes y de servidores.
Pero el parteaguas que cambió la vida de la Iglesia fue la llegada de Constantino al poder en Roma y su decreto de paz: la paz constantiniana.
Las comunidades cristianas que antes eran perseguidas, ahora gozaban de paz y del reconocimiento del Imperio. El Emperador Constantino dio cargos y puestos de poder a los obispos en las diócesis, con lo que aseguraba la paz y la unidad de su imperio.
Ahora los obispos, en vez de ser pastores de su pueblo, eran representantes y vigilantes de la vida social y religiosa en nombre del mismo Emperador. Y así transcurrió mucho tiempo y la Iglesia perdió libertad evangélica, la sencillez, lo provisorio, la pobreza y la disponibilidad propias de la itinerancia misionera.
Algunos historiadores de la Iglesia quieren ver aquí una bendición de Dios que le permitió a la Iglesia tener medios y recursos para irse expandiendo por el mundo mediterráneo. Pero otros críticos de la historia de la Iglesia observan en los lastres, costumbres imperiales, símbolos y arreos innecesarios, poder acumulado y costumbre de ponerse al centro que han acompañado a la Iglesia hasta nuestros días, una gran pérdida evangélica y del genuino espíritu de la misión de Jesús: anunciar y hacer presente el Reino de Dios
Observan que la Iglesia se dedicó a cuidar sus catedrales, instituciones, ritos, doctrina, dogmas y liturgia, y perdió el estilo de la itinerancia, de búsqueda, de acompañamiento al pueblo que transita por los cauces de la historia.
Desde entonces a esta parte, muchos caminos han recorrido los pueblos, y la Iglesia no siempre ha sabido a compañarlos con una itinerancia solícita y alegre, propia de los primeros tiempos. En vez de salir, se quedó en el centro, se preocupó de asegurar lo conseguido. Así la Iglesia perdió flexibilidad y movimiento ante la historia que se iba presentando. Baste pensar lo que pasó con el movimiento obrero mundial, la juventud y las nuevas corrientes de pensamiento desde el siglo XVI. Hoy estamos en tiempos de la post-modernidad y los desafíos a la evangelización son muchos.
3. Una llamada de atención
Cuando en la Edad Media el movimiento de pobres y Francisco de Asís y sus seguidores iniciaron con una vida itinerante por los pueblos y aldeas, viviendo con pobreza y humildad de lo que recogían de limosnas, este movimiento fue visto por la Iglesia jerárquica con sospecha y despecho y fue marginado. A duras penas Francisco de Asís y los suyos lograron su reconocimiento por la Jerarquía.
Resulta que San Francisco había escrito y proponía su “Regula prima” para la naciente Orden, pero no fue aceptada, porque les pareció muy radical y fuera de toda imaginación. Al final, el card. Hugolín escribe la Regula Bulata de tendencia más moderada. En 1257, el general de la Orden en ese entonces, Buenaventura, aprobó e impuso a toda la Orden la “Regula Bulata” como Regla de la Orden, pero no la que Francisco había redactado. Con esto no se favoreció el movimiento de laicos pobres que había surgido1.
Otro ejemplo que ilustra este pensamiento, es el surgimiento de las Comunidades Eclesiales de Base en América Latina en el siglo pasado. Nacidas en los barrios pobres y marginados de las grandes ciudades y en aldeas lejanas de los centros urbanos, las CEB’s se esparcieron vertiginosamente en toda América Latina en la década de los 70’s y 80’s.
Los obispos reunidos en Medellín, Colombia, en 1968, afirmaron: “Las CEB’s son el primero y fundamental núcleo eclesial…ella es célula inicial de estructuración eclesial, y foco de evangelización y actualmente factor primordial de promoción humana y desarrollo” 2. “Son la Iglesia en el nivel de base”: Dijeron los teólogos de la liberación.
Ya para 1979, las CEB’s habían ido surgiendo con más fuerza en muchos países de América Latina. En este año los obispos reunidos en Puebla afirmaron: “Las Comunidades eclesiales de Base son expresión del amor preferencial de la Iglesia por el pueblo sencillo”3. En otro lugar afirmaron: “ Las Comunidades eclesiales de Base…en comunión con el Obispo y como lo pedía Medellín, se han convertido en focos de Evangelización y en motores de liberación y desarrollo”.4
La presencia evangelizadora de las CEB’s encontró expresión en los mismo Documentos pontificios: Evangelii Nuntiandi, 58; RM, CHFL.
En Santo Domingo no encontraron un avance y en Aparecida, si bien lograron una expresión oficial, no lograron colocar en el Documento oficial un texto importante que ya había sido aprobado por la Asamblea General de los obispos ahí reunidos.
El texto tenía el número 194 y reza así: “Queremos decididamente reafirmar y dar nuevo impulso a la vida y misión profética y santificadora de las CEBs, en el seguimiento misionero de Jesús. Ellas han sido una de las grandes manifestaciones del Espíritu en la Iglesia de América Latina y El Caribe después del Vaticano II. Tienen la Palabra de Dios como fuente de su espiritualidad, y la orientación de sus Pastores como guía que asegura la comunión eclesial. Despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los más sencillos y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres. Son fuente y semilla de variados servicios y ministerios a favor de la vida en la sociedad y en la Iglesia”.
Sin embargo, a la par de este reconocimiento y espacio que las CEB’s habían ganado en la sociedad y en la Iglesia, también recibieron el rechazo, la crítica y la persecución. En la década de los 70’s y 80’s, varios mártires que entregaron su vida bajo las Dictaduras militares en América Latina, procedían de las filas de las CEB’s. También hubo críticas de sectores de la Iglesia de corte conservador.
Las CEB’s, no como un movimiento más en la Iglesia que opta por los pobres, sino como el esfuerzo serio de constituir la Iglesia ahí donde Jesús dejó su invitación: en los pobres. Ha sido el esfuerzo de constituir la Iglesia desde la primera Bienaventuranza del Evangelio, ha sido la decisión de seguir a Jesús desde el anuncio del Evangelio del Reino a los pobres.
Esto ha costado mucho sufrimiento, sangre y ¡tinta! ¡¡Cuánto se ha escrito sobre la opción por los pobres, a favor y en contra!! Baste ver los últimos dos artículos de los hermanos Boff sobre el tema del pobre en la Teología de la Liberación para darse cuenta de la profundidad que esto encierra y de lo que ahí se juega.
4. Conservar el espíritu
En 20 siglos de Cristianismo muchas cosas han cambiado. Empezando por su nombre. Al principio, a los que creían se les decía que entraban “al camino”, para significar que se hacían cristianos, nombre que después adoptaron en Antioquia.
Asimismo se fueron creando instituciones, ministerios, fórmulas de fe como los credos, dogmas con los primeros Concilios, ritos litúrgicos, fórmulas sacramentales. Se crearon las diócesis, las parroquias.
Con el tiempo el sucesor de Pedro se convirtió en un monarca temporal con palacios y ejército. Todo esto muy lejos de la itinerancia misionera del principio. Con el Concilio Vaticano II se intentó volver a las fuentes, pero muchas estructuras antiguas no fueron abolidas. Hoy día todavía hay un Estado del Vaticano con sus Nuncios en los diferentes países.
No soy tan ingenuo para pensar que todo debe seguir igual que al principio. Con ninguna institución pasa así. Menos con una institución que se ha extendido por toda la tierra. Lo que sí creo y deseo es que se debe rescatar de los orígenes de la Iglesia, de la itinerancia de los primeros misioneros, su estilo, su perfil, su espíritu. Una Iglesia entonces menos “pesada” y más dispuesta a caminar con la historia, una Iglesia más en búsqueda, con menos seguridades y más orientada al servicio de la vida, del Reino. Como dijo Jesús, he venido para que tengan vida y vida en abundancia (Jn 10,10).
Una Iglesia que no pretende ser el centro de nada sino concentrarse ella misma en dirección del Reino de Dios que ella anuncia y sólo en parte hace presente (LG 1,5).
Yo escribía en alguna ocasión con cierta ironía, que: “La Iglesia en vez de colar el Evangelio, debía ser colada por él”. Lo mismo ahora, en vez de querer ser la Iglesia el centro del mundo, más bien debe preocuparse de ser su servidora, con humildad intentar ser una Iglesia samaritana, orientada toda ella hacia la vida, hacia el Reino de Dios.
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