En estos días un poco difíciles por el "aterrizaje" del viaje he estado pensando en las cosas que más me cuesta volver a adaptarme, muchas a las que no quiero volver pero sin embargo son parte de la sociedad y muy difíciles de borrar. Y mientras pensaba en esto, leia en el libro que me prestó Male, un capítulo dedicado a la paciencia y al tiempo del reloj:
"El tiempo del reloj es un tiempo exterior, un tiempo que tiene una objetividad dura e inmisericorde. El tiempo del reloj nos lleva a pensar en cuánto más nos queda para vivir y si la "vida verdadera" no ha pasado ya para nosotros. El tiempo del reloj sigue diciendo: "¡Apresúrate, apresúrate, el tiempo vuela, quizás te pierdas lo que importa!. Apresúrate a casarte, a encontrar un empleo, a visitar un país, a leer un libro, a obtener un título... Intenta engullir todo antes de que el tiempo se acabe para ti." El tiempo del reloj siempre nos hace partir...
Pero, afortunadamente, para la mayoría de nosotros ha habido también en nuestras vidas otros momentos distintos en los que ha prevalecido la experiencia de la paciencia. Se trata de una experiencia del momento que nos hace desear quedar allí y vivir el momento en plenitud. De algún modo, nos damos cuenta de que en ese momento se contiene todo: e principio, el medio y el fin; el pasado, el presente y el futuro; el dolor y el gozo; la búsqueda y el encuentro.
...Tales momentos no son necesariamente felices y alegres. Pueden estar llenos de tristeza y dolor, o marcados por la agonia y la lucha. Lo que cuenta en ellos es la experiencia de plenitud, importancia íntima y maduración. Lo que cuenta es la conciencia de que en ese momento hemos sido tocados por la vida verdadera. De tales momentos no queremos irnos; al contrario, queremos vivirlos en plenitud."
Recuerdo varios de estos momentos, de ambos, los momentos de impaciencia donde me urgía partir de un lugar a otro, donde estaba más preocupado por visitar muchos lugares que por disfrutar de cada uno. Pero sobre todo este viaje estuvo lleno de momentos plenos, momentos donde el reloj no tenía la más mínima importancia sino que lo que importaba era la experiencia del encuentro.
Estan muy presentes en mí las charlas nocturnas con Wilson o Edgardo, la oración compartida en la comunidad de Neuquén, el cariño de los niños en casi todos los lugares, el fogón en Talcahuano, la soledad del desierto y de la ciudad, la hospitalidad de tantos, la calidez de hogar en las familias, las despedidas, el sufrimiento de muchos, las celebraciones y por supuesto los silencios, las palabras, las sonrisas y las lágrimas que con Male compartíamos a cada paso del viaje.
Ninguno de esos momentos se rigió nunca por el tiempo del reloj, sino por un tiempo profundamente humano. En este viaje descubrimos otro reloj, el del tiempo interior, el del tiempo de Dios.
Erik
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