martes, 14 de agosto de 2012

En "El Pastito" de Casabó


Entrevista a Erik Koleszar y Mateo Melgarejo
Magdalena Martínez

Son de Dolores, en el departamento de Soriano, pero hace más de 10 años viven en Montevideo. Son migrantes. Una vez en la capital continuaron vinculados a la Pastoral Juvenil en Gredimer (Grupo de emigrantes de la diócesis de Mercedes), relacionándose también con jóvenes de distintos lugares del país. Desde hace unos meses viven en Casabó, un barrio periférico de la ciudad, "atrás” del cerro de Montevideo. ¿Qué búsquedas los movieron a optar por vivir en ese barrio? ¿De qué trata esta experiencia comunitaria? De la fe que los mueve y de la experiencia que están haciendo conversamos con los dos en medio de un asado entre amigos en el Cerro.
¿Cómo surgió esta idea de vivir en Casabó?
Equipo itinerante - Bolivia 2009
Erik: A mí lo que me marcó fue un viaje a Bolivia en febrero de 2009 que hice con Edgardo Rodríguez, un sacerdote de la diócesis de Mercedes. Fuimos al chaco boliviano a visitar a Nacho Aguirre, otro sacerdote que estaba viviendo ahí como misionero (actualmente es párroco de Río Branco). Vivimos en comunidades guaraníes y me marcó mucho su solidaridad; todo está pensado para que sirva a todos.
También me movilizó la experiencia en el “equipo misionero itinerante”. Íbamos a comunidades, como Tentayape, a las que poca gente llegaba. Teníamos que recorrer caminos llenos de cañadas, inundados; varias veces teníamos que parar. Estábamos disponibles.
Fueron experiencias nuevas y diferentes que me confirmaron que hay posibilidad de vivir de otra manera. Y ahí arrancó a todo. Después llegué y en el grupo de la Pastoral Juvenil se planteó la idea de hacer un viaje por  América del Sur para conocer distintas realidades y experiencias comunitarias. Al principio en el proyecto éramos varios y finalmente fuimos dos los que hicimos el viaje en 2010. La idea era ver si iba por ahí el camino.
¿Cómo se concretó la idea?
La comunidad "El Pastito"
E: Yo volví del viaje con la idea bastante firme de vivir en un barrio humilde. Creo que ni siquiera estaba seguro de si era en comunidad o solo. Lo compartí con dos amigos, Milton y Mateo, sin invitarlos explícitamente y a ellos les gustó la idea. En ese momento pensaba que igual lo iba a hacer solo, aunque hoy no sé si lo hubiera hecho.
Mateo: Lo de Erik fue un proceso de más de un año. Milton (que al principio estaba en el proyecto) y yo, muy cercanos a Erik, sentíamos lo que él sentía aunque no entendíamos muy bien en qué nos metíamos, pero nos tiramos al agua.
¿Qué es lo que más los movilizó a hacer esta experiencia comunitaria y de inserción?
M: Yo siempre viví con mucha gente, me hallo bien viviendo de esa forma y esto me pareció una forma de apoyar a Erik también. Hay algo que me pareció novedoso de lo que Erik planteaba. Durante mucho tiempo hacía actividades de servicio, las pequeñas tareas del Reino, y después regresaba a la comodidad de mi casa. Lo que planteó Erik me resultó novedoso y movilizador: establecerse en un un barrio pobre, humilde y ser uno más.

E: Teníamos experiencias como las construcciones de Un Techo Para Mi País, que nos dejaban la sensación de ser extraños que llegaban y se iban. La idea era compartir el día a día con la gente, que no te vean como el extraño, sino como a alguien más.

¿Qué pasos fueron dando para definir el lugar concreto donde vivir?
M: Primero estuvimos en contacto con los Dehonianos en el Pinar, después en la Cruz de Carrasco con Pablo Bonavía, luego con Richard Arce en la Parroquia de Possolo y finalmente llegamos a Casabó.
E: Queríamos ir a un lugar donde hubiera algo armado. La idea era ver todos los lugares posibles y luego decidir.
¿Su búsqueda siempre estuvo vinculada a la Iglesia, a la pastoral?
M: Sí, por supuesto. Además, si bien teníamos experiencia de trabajo voluntario, no creíamos ser capaces de iniciar algo nuevo, de la nada, sino de sumar a lo que estuviera establecido. Si después estaba la posibilidad de generar cosas nuevas, bien. Pablo Bonavía nos ayudó a discernir eso. Nos impulsó a que no fuéramos a vivir netamente en el asentamiento porque nos íbamos a ver desbordados por la problemática del lugar. Nos ayudó a buscar un lugar e ir de a poco viendo desde dónde acercarnos, en la medida de nuestras posibilidades, en la medida de que tengamos la fortaleza para meternos. Es un mundo aparte, un mundo que ahora nosotros vamos conociendo de a poco.
¿Cómo llegaron a Casabó?
Roberto Baldi
E: Roberto Baldi, que fue asesor de Pastoral Juvenil nuestro en Dolores, venía cada 15 días a Casabó a enseñar guitarra y a estar con los muchachos que se agrupaban en la esquina de la parroquia, con la idea de vincularlos. Un día nos invitó a participar en un asado en la playa Los Cilindros (cerca de Casabó). Le contamos la idea que teníamos y le pareció bueno que fuéramos para ahí. Estaba Jorge Techera, el párroco de San Alberto Hurtado, que nos recibió diciendo “necesitamos gente acá”. Creo que fue el único lugar donde nos dijeron “acá los necesitamos”. En otros lugares nos decían que tenían muchas actividades, que no estaban mucho en el barrio. A mí me pareció que Casabó era el lugar ideal porque la parroquia, la comunidad realmente estaba metida en el barrio y de alguna manera nos estaba esperando. Esa era la sensación. Y Roberto nos decía que estaba muy bueno el lugar.
Yo le planté un día el problema de que estábamos un poco lejos y me contestó “¿vos pensás que Jesús tenía algún problema con la distancia?” Fue un golpe bajo. Así que charlando con el resto dijimos “sí, vamos”, y nos tiramos al agua.
Retiro de la comunidad parroquial "San Alberto Hurtado"
¿Se vincularon con la comunidad antes de ir a vivir allá? ¿De qué manera?
 E: Yo durante todo el año pasado fui a dar clases de computación en la parroquia, básicamente a niños, porque hay un centro ANTEL ahí. Estuve yendo e integrándome a la actividad de la parroquia. También empezamos a participar de las reuniones de los viernes con el equipo pastoral.
¿Cómo fue la mudanza?
E: Primero vimos una casa, pero hubo problemas y no se pudo concretar el alquiler. Eso hizo que se dilatara un poco la mudanza. Por eso finalmente Milton no pudo acompañarnos; tenía que resolver su situación habitacional. Después de un tiempo salió esta casa al lado de la parroquia. Nos mudamos en febrero de este año.
Teníamos un poco de miedo, yo sobre todo, de transformarnos en un despacho parroquial por estar al lado, pero eso no sucedió. El barrio es casi como un pueblo del interior. En cierto sentido fue como volver a Dolores, hay gente en la calle, niños jugando, los vecinos se encuentran en el almacén, se saludan en la calle. Me siento totalmente tranquilo acá.

M: Es muy atractivo el planteo pastoral de Casabó, porque prácticamente se ha desdibujado la parroquia como institución. La dinámica pastoral acá me parece mucho más aterrizada que en cualquiera de los otros lugares que estuvimos. Estamos integrados con el barrio. Ver a los gurises jugando al fútbol en la calle me retrotrae a mi infancia, me gusta. Me complace ver esa dinámica de barrio y eso es atractivo, seduce.
¿A partir de se mudaron empezaron a participar en más actividades de la comunidad?
Adolescentes y jóvenes de la parroquia 
M: Sí, porque estamos viviendo ahí. Juntos acompañamos el grupo de adolescentes. De alguna forma nos hemos transformado en brazos útiles. Estar disponibles era nuestro punto de inicio y en eso nos sentimos contentos.
E: Además los dos integramos una pequeña comunidad. Ahí en Casabó hay como 18 comunidades eclesiales de base, que tienen una línea bastante particular de Jorge Techera y las hermanas de Santa Teresa de Jesús que están ahí.
M: Ese es otro vínculo que nos ayudó muchísimo. Nosotros dos somos exalumnos teresianos del colegio de Dolores. Las teresianas nos acogieron con muchas ganas, como diciendo “qué bueno encontrar a dos exalumnos acá”, era como un orgullo para ellas.
¿Y lo comunitario en la casa, entre ustedes dos?
M: La verdad es que nos vemos poco. Hemos estrechado el vínculo comunitario pero nosotros a la interna no.
E: Está el hecho de que nos conocemos desde hace mucho, entonces a veces damos cosas por sentadas.
Inauguración de la comunidad
M: Sí, tal vez por el conocimiento que tenemos entre nosotros no hemos podido avanzar en el proyecto comunitario personal, pero en lo demás nos sentimos contentos.
¿Cómo se organizan en lo económico?
E: Es un tema no menor; los dos somos un poco desprolijos en eso. Pero no somos apegados, somos austeros.
M: Ninguno de los dos ha visto lo económico como una limitación. Cualquiera sabe que donde vive uno viven dos. Si hoy el que puede aportar es uno, después va a aportar el otro. Y eso no genera asperezas, somos bastante transparentes en ese sentido. La confianza que tenemos ayuda.
Al visitarlos uno encuentra que la casa es una casa de puertas abiertas…
M: Sí, otra de las cosas que queríamos es que la casa esté totalmente abierta, que haya siempre un lugar para quien quiera compartir con nosotros. Yo disfruto muchísimo recibiendo gente.
E: Además la casa es grande, tiene mucho espacio. Al principio yo pensaba en algo más chico, por el tema de mantenerla y no ser esclavo de la casa. Pero está bueno porque hay lugar de sobra para recibir a la gente.
¿Cuándo empezaron con este proyecto lo pensaron por un tiempo indefinido?
E: Nacho Aguirre nos decía “dense un tiempo para evaluar y no se lo definan como algo indeterminado”. Si está sirviendo seguimos. En la práctica no hemos evaluado mucho pero creo que vamos bien. En principio nos planteamos hacer la experiencia por este año. Yo siento que recién empiezo; un año es poco.
M: Un año para empezar. Hace medio año que estamos viviendo acá. Nos gusta y nos gratifica, nos enriquece y nos llena, pero estamos recién llegando.
¿Ven esto de vivir en comunidad en un barrio humilde como algo permanente?
M: A mí me atraviesan otras inquietudes. Por ahora me lo planteo por este año.
E: Sí, yo también, aunque creo que un año va a ser poco, a mí me gustaría seguir.
M: No podemos plantearnos tampoco: si esto no funciona nos vamos dentro de un mes. Es delicado venir, establecer un vínculo, formar una familia de fe en el barrio, y después de un día para otro decir “nos vamos”.
Cuenten sobre el nombre de la comunidad, “El pastito”
E: El nombre surgió medio de casualidad. Yo estaba en el Teatro Solís esperando a que Eduardo Galeano me firmara su último libro y pensaba “me lo tiene que firmar para la comunidad pero no tenemos nombre”. Me puse a leer el libro y encontré un texto de una niña que salía por las mañanas y decía “buen día pastito”, “qué tal pastito”. Y lo vinculé con la dinámica de barrio, cosas que en la ciudad grande no se dan: los niños jugando en la call e, los encuentros con los vecinos y el pasto de enfrente de casa que convoca a los niños a jugar. Entonces me gustó el nombre de “El pastito”.
Si tuvieran que decirlo en pocas palabras, ¿qué es lo que más les gusta de esta experiencia?
E: A mí me gusta esa dinámica de barrio, del encuentro con el otro, no salir apurado de tu casa. Un tiempo más lento.
M: El vínculo. Si bien capaz no estamos los dos exactamente en la misma línea, en Casabó encontramos terreno fértil para que los dos nos hallemos cómodos.
Cuando alguien les pregunta por qué están ahí, ¿qué le dicen?
M: Porque viviendo en el espacio en donde actuás no estás haciendo intervención esporádica, puntual, temporal; estás construyendo.
E: Para mí es difícil explicarlo en pocas palabras, lo veo como muy natural en mí, son cosas que están incorporadas. Es vivir de una forma diferente, viviendo en el camino de Jesús. Estar preocupado por el otro y vivir un poco más para el otro. Estar disponible, desprendido. Para mí es muy lógico que la felicidad vaya por ahí.

1 comentario:

  1. Amigos, creo que Male fue el intrumento de Dios para una linda evaluacion y vicion... ademas de enriquecernos a todos as, gracias
    Conociendolos con humildad evaluo sobresaliente el proceso y el camino hecho: es con otros as, es autentico desde lo que son no desde un dever ser. Difruten el camino es la recompensa... hagan fiesta y vayan cuandolos inviten. Mi corazon se llena de gozo gracias Nacho

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