martes, 7 de agosto de 2012
Encuentro del cuatro de Agosto
Vengo llegando a casa con la sensación de haber dejado otro lugar que se podría llamar hogar. Me digo para aclarar sensaciones: seguramente la casa está ahí donde a uno lo quieran y esto sea recíproco.
Hoy 4 de Agosto, nos encontramos por la tarde en lo de María Eugenia, Fabrizio, sus hijos y el perro “Manchita”. Fueron hospitalarios con nosotros, la hospitalidad es compartir lo que se tiene y lo que se es, con sencillez, de manera que el invitado nunca siente que le están dando algo, cuando en realidad, le están dando todo.
Un encuentro de viajeros, para compartir lo que se dice y prestar atención a lo que no se pone en palabras pero está ahí, en la risa y el llanto, en el gesto, en el entusiasmo, en el corazón... Los viajeros se miran, se reconocen, se saben en silencio, comparten los caminos, los rostros, las manos, el aire de muchos lugares. Nos vamos contando en torno a un fuego, nos vamos diciendo en las historias de otros muchos fuegos.
Me quedé pensando en cómo el camino nos va entrenando, ya no para las olimpiadas, sino para el encuentro, para buscar y reconocer el signo que leíamos en el Evangelio de Juan, el signo de la vida, del amor. El Galileo lo llamaba “El Reino de Dios” echando mano a sus costumbres y lenguaje... Nosotros decimos, entre otras cosas: esa realidad en la realidad, ese paisaje en el paisaje, ahí donde lo humano muestra su mejor rostro, donde las piezas del rompe cabezas se juntan amablemente, en paz, formando nuestro rostro mejor, a veces más presente y de a ratos olvidado. Nos dejamos encontrar y encontramos al otro, para que Bolivia, Florida, Rio Branco, Casabó, Colón, el Cerro y Córdoba, sean el mismo lugar durante un rato, para que siendo algunos, sin embargo estén todos ahí. El corazón no tiene espació, tiempo ni lugar, el corazón sabe de amar y ni siquiera se pregunta ¿qué es el amor? porque sería como preguntar por el aire que respiramos.
Cantamos alguna vez: “nunca hay fronteras para nuestras casas y siempre el viento nos junta por ahí, cierta belleza solo se da en vuelo y esa belleza vale un porvenir...” Los viajeros vuelan, no porque se muden de país o de casa, a veces lo hacen sí, pero vuelan porque siempre están en movimiento escuchando el viento, vienen de muchos lugares y conocerán más.
Nos encontramos para contarnos los caminos y lo que pasó, ahí siempre asoma el milagro, como también el fracaso en algunos intentos, la esperanza quebrada, que es como “una mecha humeante, una caña cascada”, la vida mostrando su lado más débil, su modo más frágil, su rostro a la intemperie... ¿Acaso no es esto lo que siempre elegimos y cuidamos?... Con el tiempo las personas acumulamos abrazos y cicatrices, pasa el tiempo, el camino, quizás 16 años, y las alas se tostaron bajo muchos soles, todo eso pasa, pero también y sin duda, el hombre, la mujer: se van pareciendo a lo que creen, pero sobre todo se parecen mucho más a lo que aman...
Nos encontramos para ver en el otro, reflejos de lo más valioso, para atender sus manos, el gesto, los ojos, la mueca... y también para celebrar un gran misterio, un bello misterio: lo mejor siempre está aun en la profundidad del corazón, en la hondura del paisaje, siempre ensayando el próximo vuelo para asomar a nuestro encuentro y alegrarnos una vez más.
Gracias amigos, nos vemos pronto.
Abrazo grande: Roberto Flores
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