miércoles, 29 de agosto de 2012

"La confesión de Videla sobre los desaparecidos".


 Hablamos de "disparador inmediato" porque muchas de las cuestiones que abordan, nos han acompañado dolorosamente durante las últimas décadas. Pero nunca antes nos habíamos encontrado con las circunstancias que se nos han presentado recientemente. Eduardo Mail de Hernán patinomayer@gmail.com

( Agrego unas palabras de Luis del Castillo cuando era nuestro obispo, como clave en que hago la lectura desde Uruguay, Nacho. Estábamos comentando algunos horrores históricos, y el aporto: "la revisión Histórica es importantísima, sin olvidarnos de preguntarnos que dirá la historia de nuestro actuar en el presente")


Por un lado el reconocimiento expreso de parte de uno de los máximos jerarcas de la dictadura cívico militar de su responsabilidad en la ejecución de un siniestro plan de exterminio. Plan éste, dirigido a aterrorizar indiscriminadamente a nuestro pueblo, para hacer posible la ejecución de un proyecto económico, social y político, sustentado por la explotación y la exclusión de amplios sectores de la sociedad argentina y destinado a fomentar la concentración de la riqueza, la extranjerización de nuestra economía y la demolición del estado democrático. Y por otro lado, las manifestaciones del mismo personaje que ponen en evidencia la actitud claudicante, cuando no abiertamente cómplice, de buena parte del episcopado de nuestro país, mientras miles de personas, la mayoría de ellas cristianas y más de veinte religiosos y religiosas católicos, eran brutalmente secuestradas, torturadas y asesinadas.
Esta inédita situación de reconocimiento criminal por un lado y de señalamiento de corresponsabilidades eclesiásticas por el otro, constituye sin duda un escándalo que por su magnitud reclama de parte de quiénes nos sentimos miembros de la misma comunidad de creyentes y ante el incomprensible silencio de los obispos, una reacción impostergable.
Es la historia la que nos interpela como cristianos y por ello necesitamos dirigirnos a los actuales integrantes del episcopado exhortándolos y exigiéndoles, acciones concretas que repudien las afirmaciones del dictador y demandarles también, los gestos y decisiones que contribuyan a reparar y poner fin al daño causado por las inconductas de sus antecesores.
No podemos dejar de señalar que insistir en el silencio es resignar responsabilidades ineludibles y convalidar hoy, vergonzosas acciones y omisiones del pasado. No pueden quiénes se reivindican como pastores del pueblo de Dios, actuar como encubridores de hechos incalificables que aún agravian a sus víctimas y laceran espiritualmente al conjunto de la sociedad argentina.
No se trata de argüir sobre hechos y cuestiones saldadas largamente a lo largo de los 28 años de democracia, por las investigaciones desarrolladas en la búsqueda inconclusa, de la Verdad y la Justicia. Los jueces se han pronunciado y continúan haciéndolo con todas las garantías del debido proceso.
Se trata en cambio, con humildad no exenta de firmeza, de advertir al episcopado, sobre la necesidad de actuar, ante la gravedad de las circunstancias descriptas, con la resolución que la salud espiritual de nuestra comunidad reclama.

Las declaraciones de Videla, un criminal convicto y ahora confeso superan, por su perversión y contumacia, a todo lo hecho público por los represores con anterioridad. Videla con sus declaraciones no solo justifica y reivindica las atrocidades cometidas sino que señala como cómplices de ellas, por acción u omisión, a gran parte los jerarcas episcopales de entonces.
Ante esta inédita atribución de responsabilidades, exigimos como miembros de la Iglesia de Cristo que los obispos se manifiesten públicamente y sin ambigüedades frente a un escándalo que de no condenarse, pondría en duda su propio compromiso pastoral.
El pasado si bien inmodificable, es todavía reparable. Lo que no se quiso, no se pudo o no se supo hacer desde la jerarquía episcopal cuando miles de hombres y mujeres, buena parte de ellos nuestros hermanos en la fe, eran secuestrados, torturados, asesinados, privados de su identidad y del derecho ancestral a ser dignamente sepultados; ha tenido un costo altísimo para el poder testimonial y la credibilidad de nuestra Iglesia.
Creemos y confiamos en que existe aún la oportunidad de reparar al menos parcialmente ese pasado y servir así a la mejor comprensión del mensaje evangélico siendo sobre todo, testigos fieles de su verdad mediante el compromiso activo con los valores que proclama.
La jerarquía, de la que hoy no forma parte ninguno de los que convivieron con el terror estatal, tiene la oportunidad de liberarnos de la pesada mochila de un pasado que cargaron los que, por decir lo menos, no supieron, no pudieron o no quisieron estar a la altura de sus responsabilidades pastorales.
Dicho todo lo anterior afirmamos que no nos mueve otro interés que el más sincero deseo de que la Iglesia de la que somos parte, no hipoteque una vez más su autoridad moral y con ella su credibilidad y potencialidad evangelizadora.
Es desde estos presupuestos que nos atrevemos a preguntar:
* ¿Puede seguir integrando la comunidad cristiana quién reconoce públicamente y sin arrepentimiento alguno, haber encabezado como su máxima autoridad un gobierno tiránico durante el cual y siguiendo sus órdenes, se torturó, asesinó y se hizo desaparecer a miles de seres humanos?
* ¿Puede seguir siendo miembro de nuestra comunidad religiosa quién ignoró en los hechos la sacralidad del cuerpo humano, templo del Espíritu Santo (1Cor.6; 19.20) (4) consagrado como tal desde la decisión de Dios de hacer a sus creaturas coparticipes en el trabajo inconcluso de la creación, y reconoce e intenta justificar la aplicación de torturas y vejaciones a los detenidos y secuestrados?
*¿Puede acceder a la eucaristía quién no manifiesta previa y públicamente su arrepentimiento ante crímenes atroces y aberrantes que no pueden por sus características y repercusión social quedar limitados al ámbito privado?

*¿Cómo puede Videla asistir a misa y comulgar pese a la contumacia que exhibe con relación a sus crímenes lo que lo lleva a recurrir a afirmaciones propias de un mesianismo blasfemo?

*¿Puede la jerarquía de la Iglesia Argentina, seguir en silencio y no condenar lo que constituye un manifiesto agravio al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, a la comunidad de los creyentes y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad?...
  Aporte de María Nelida desde Buenos Aires ( primera parte de la carta)

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