Hay una tendencia humana, reafirmada por los grandes intereses que están
detrás de los medios de comunicación: en separar a los seres humanos entre los
buenos y los malos. Y que muchas veces también en lo
personal nos consideramos: personas buenas o malas. Antiguamente la razón
principal de ubicación en uno u otro grupo era de «casta», es decir que la
explicación de que una persona fuera buena o mala era según la familia en la que
había sido educado: «de tal palo tal astilla». Sin duda que esa ideología
favorecía muchísimo a los con cierto poder y rotulaba negativamente a los hijos
de familias con ciertas pobrezas visibles.
Hoy en día ponemos más el acento en lo individual:
hay personas a las que se les ha dado todo y no lo han
sabido aprovechar y otras que de la nada con mucho
esfuerzo han logrado mucho. En este pensamiento «todo
depende de cada uno de nosotros» y es juzgado con la misma moral el que recibió
uno que el que recibió diez. Y como estamos en una cultura capitalista, a la
persona se la evalúa no tanto por cómo le ha ido en sus
relaciones familiares, lo que puede ser justificable si actuó mal, siempre que
económicamente haya «progresado». El bueno es el que
logró acumular bienes materiales, sin importar los medios
y que costo pagó.
En tiempos de Jesús también era muy marcada la separación entre
considerados buenos y malos e incluso entre puros e impuros. La religión
fomentaba ésta división. Sin embargo Jesús con una
parábola sencilla y entendible, nos presenta a la humanidad como una sola
especie. «El reino de los cielos»… el ser humano sus relaciones, recibió una
buena semilla de su dueño, y éste se fue. Pero mientras
todos dormían vino el maligno y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue.
Cuando creció el trigo también apareció la cizaña. Los servidores del dueño le
cuestionaron: -¿Tú no habías sembrado una buena semilla en tu campo? y él respondió: aquí intervino un maligno. Los servidores se
ofrecieron para arrancar la gramilla. No respondió el dueño, porque al arrancar
la cizaña se corre el riesgo de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan
juntos hasta la cosecha y ahí si quemaremos la cizaña y recogeremos el trigo…
Después agrega el valor de las pequeñas semillas sembradas que con el tiempo se
pueden trasformar en grandes árboles al servicio de muchos. Y también narró como un poquito de levadura era capaz de trasformar toda la
masa… (Mateo 13, 24 - 43)
Entendemos que Dios creó a todo ser humano a imagen
y semejanza, lo creó Bueno. Regalándole algo fundamental
que llamamos «libertad». Y esto da el poder al ser humano de «decidir» sobre
sí mismo y sobre otros, regando el trigo o la cizaña.
Como estamos habitando la misma «tierra» las decisiones de unos repercuten en
los demás. Somos seres plenamente relacionados entre sí,
y con la naturaleza y el tiempo. Por lo tanto toda actitud buena realizada con
amor se expande por el universo haciendo bien. Y quizás la semilla oculta bajo
tierra o la levadura que parece insignificante, lo que no se ve y lo pequeño se
pueden trasformar en lo fundamental en algo que
transforma toda la masa.
Siendo parte esencial de la espiritualidad cristiana
«el reconocimiento del pecado y el perdón, con enmienda en lo posible». Esto nos
da esperanza y posibilidad hasta el final de esta vida. Complementado con la
parábola de los talentos «a quien más se le dio más se le pedirá, porque el bien no está
en acumular y guardarse, sino en repartir y gastarse… Teniendo claro que no hay
persona sin trigo, ni persona sin cizaña, todos con más o
menos libertad de regar el bien o el mal, tanto en nuestro interior como en las
relaciones con los
demás.
Nacho
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