Algunas tardes, cuando el sol abraza abrigando y el viento sacude las hojas y las perezas, salgo en mi bicicleta verde a hacer algún mandado, a visitar a algún amigo… Voy, pedal a pedal, viéndome en cada calle, en cada barrio, que conozco casi de memoria; casi tanto como este lugar me conoce a mí… Es imposible no pensarme, mientras giran las ruedas, como han girado los días de mi vida… Cruzándome con los vecinos, andando las plazas, adivinando los perfumes de las casas a la hora de los almuerzos…
Tengo, en este tiempo que me da el camino, un tiempo para pensarme… Así, repaso mi día…
Recuerdo el color que tuvo el amanecer, hermoso regalo con el que el Padrecito compensa el madrugón; naranjas, rosados, celestes, se pintan sobre el campo oscuro… De él, en el camino, nacen como el día los chiquilines; algunos llevados por sus familiares en moto con mucho abrigo, o por algún vecino que arrima a algunos cuantos desde el pueblo, o a pie… Se suman al pasaje del ómnibus, con sus sonrisas mañaneras y sus cuchicheos… Viajamos juntos rumbo al liceo, donde nos espera una mañana de encuentros… Porque eso es lo que hacemos todos los días: encontrarnos…
Encontrarnos con los Otros, encontrarnos con cosas nuevas, con aprendizajes, con preguntas, con novedades, con inesperados… La confianza, la familiaridad y la sorpresa constituyen cada día de clase… Las charlas, los mates con los compañeros, lo espontáneo de los gurises, el verlos construirse, elegir, cuestionar… El viaje de vuelta a casa, donde lo vivido a la mañana se repasa y se piensa, me regala la posibilidad de que, día a día, sea yo quien pueda construirme, elegir, cuestionar… Y también hay otro viaje, donde no hay campo ni ómnibus, sino un viaje al encuentro con aquellos que viven entre muros… Con aquellos que viven sin poder salir, sin poder salir conmigo rumbo a casa, pero con quienes compartimos la libertad de encontrarnos, aprender y aprendernos, desafiarnos, y también construirnos…
El liceo de Sarandí Grande, a 40 y pico de kilómetros de la ciudad de Florida, y la Cárcel Departamental, a una cuadra de mi casa, con tantas diferencias, pareciéndose tanto en el Encuentro…
Los repechos siempre me cuestan… Es inevitable que piense en todo lo demás que también es así… Los conflictos, las dudas, las incertidumbres, las flaquezas… Me sigo pensando, pedal a pedal, y en la bajada respiro y trato de entenderme, de responderme, de quererme y darme oportunidades e, incluso, treguas…
Decido hacer un trecho caminando junto a la bici, y repaso todas las sonrisas y los abrazos de aquellos que me quieren, y me alivian, como esta decisión de seguir un poco a pie… Mis amigos, con los que jugamos cada vez a darnos ánimo, a desdramatizar cuando el otro se pone serio, a escuchar con atención de periodista, a interpelar, a preguntar, a divertir, a inventar, a compartirnos tan llenos de palabras y de silencios, como somos… Mi familia, mis padres, mi hermano… Con quienes somos lo que somos, con quienes vivimos el sabernos, el querernos, el cuestionarnos, el perdonarnos infinitamente, el vernos en los ojos como nadie… Y aquellos Otros que viven en mis ojos –abuelos, tíos, primos, ahijados…- a quienes encuentro mirándome, quienes son mi historia y, siempre, mi hoy…
Vuelvo a subir a la bicicleta… Cruzando las esquinas, veo, rememoro, aquellos momentos en los que opté, en los que cambié el rumbo o decidí seguir, en los que pensé opciones, en los que vi alternativas, en los que conocí de certezas y también de incertidumbres… Ya es de tardecita y el sol se pone allá en el fondo, entre las chimeneas y los montes que se ven siempre en el horizonte… Por unos segundos cierro los ojos y dejo que el calorcito último me acaricie la cara… Soy consciente, a esta altura, que mi destino final, el objetivo de este viaje que emprendí en mi bicicleta verde hace ya un rato, está alcanzado… Pude ver, como en un álbum, mis fotos del día… Y al final, luego de la última, sólo escribo “gracias”…
En mi ciudad, una ciudad del interior del país, de tierra adentro, se mire para donde se mire, al final de cualquier calle, siempre se ve verde… A veces pienso que es eso lo que hace que cuando me canso de pedalear, y creo que no voy a poder, venga un vientito de esperanza, a darme un empujón y a decirme bajito al oído, parafraseando a Octavio Paz, que “hoy es siempre todavía”…
Florencia
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