viernes, 8 de agosto de 2014

14 años de la Pascua de Orlando Yorio

Queridos amigos:
Van a cumplirse el 9 de agosto 14 años de la Pascua de Orlando Yorio.
Les reenvío la memoria que de él hace el Centro Nueva Tierra.
Mañana las hermanas de Nuestra Señora de la Esperanza hacemos memoria de Orlando en la Parroquia San Juan Bautista, en la misa de las 19.
Un afectuoso saludo
Leonor Carabelli

Susana Ramos*

Conocí a Orlando a mediados del 85, fue Verónica quien me invito a visitarlo, con el tiempo descubrí que ella tenía por lo menos dos motivos importantes para hacerlo: razones de amistad, compartían visión, sensibilidad y compromiso; y la otra, darme a mi, que era principiante, la oportunidad de conocer un discípulo, un testigo, un maestro.

Yo era muy joven y Verónica tenía la tarea de acompañar mi proceso formativo. Vivíamos más allá de Camino Negro, en la periferia de Lomas de Zamora, y Orlando en Berazategui, (en la casa en la que pasaban sus vacaciones la familia de Carlos Mugica). Preparamos aquel encuentro como sí fuera un ritual de iniciación, más tarde supe que verdaderamente lo fue. Nos estaba esperando, porque eso dijo, y mostró una alegría serena y luminosa, enseguida nos sentimos “en casa”. Con todo lo que me había contado de él, lo imagine muy grande, corpulento, no era tal, su tamaño y su fuerza no eran exteriores.

De mí le dijo tres cosas: viene del interior; es de la parroquia de Catena, y quiere vivir con nosotras. El me miro hondo como quien lee en los ojos los misterio que anidan en el alma, y por primera vez sospeché de las muchas certezas que tenía entonces, hoy tengo menos, muchas menos.

Aquel día me acompaño muchos días, releyéndolo ahora, podría decir que fue un momento inaugural, allí caí en la cuenta de ser una aprendiz, su modo de conversar, de narrar la experiencia propia, la de otros y otras, siempre gente sencilla con historias vitales, donde se juegan los límites y las posibilidades reales, donde quien sufre y quien acompaña gestan una experiencia nueva.

Poco tiempo después súbitamente murió mi padre, y mi madre estaba embarazada de cuatro meses, razón por la cual había que hacer el menor duelo posible, además de que la fe todo lo puede, y todos esos lugares comunes en lo que solemos caer los cristianos, como por ejemplo: tu padre ya está en el cielo; ahora vive en tu hermanito; Dios lo quería con él, y con variantes del mismo tenor se me imponía
construir consuelo. Pasaron algunos meses nació mi hermano y todo parecía que se volvía normal, pero a mí no se me iba el dolor. Aquel abrazo paterno era un hueco en el medio del pecho, un vacío enorme entre los brazos. Y otra vez apareció Orlando, caminamos varias veces a lo largo y a lo ancho del parque de la Casa de Varela, escucho con delicadeza cada detalle de mi dolor, de mi pena y desamparo, me hizo pocas preguntas pero tan hondas que sentí que eran invitaciones a soltar y a nacer.

Al año siguiente volví a verlo con motivo de una celebración, estaban presentes mi madre y mis hermanos, antes de que se la presentara, me dijo con una picardía que antes no había notado, -veo que está la Viuda de Zarepta, y en tu casa no falta el pan, tus hermanitos están fuertes-, supe que lo dijo para confirmar mi opción, pues yo le había comentado que quizá debía volver a mi casa para ayudar a mi madre después de la muerte de mi Padre. Había pasado un año y medio desde esa conversación y el no se olvidó del detalle, aquel día Orlando fue el profeta Elías, el que anuncia que el trigo y el aceite no se agota, que la vida sigue.

Ese mismo día con ocasión de la fiesta yo estrenaba sandalias nuevas, muy lustradas por cierto, se acercó y me dijo: -son muy lindas pero no tienen que impedirte meterte en el barro, y no sólo en el barro del camino, también en el barro humano, no tengas miedo de comprender y comprometerte con los que sufren, con los que están caídos, con los que necesitan una mano, una escucha, un abrazo. Así, como de la nada, al paso y sin necesidad de ningún encuadre particular le nacía un gesto pedagógico capaz de ayudar a resignificar opciones, decisiones y sentido.

En una libretita de notas personales, registré estos encuentros con Orlando como un acontecimiento, como quien ha sido testigo de un discípulo, un hombre con marcas en el cuerpo por animarse a vivir sus convicciones; a quien el dolor y la lucha no lo resintió, sino que lo hizo capaz de una gran amorosidad relacional, tenía una profunda habilidad para las relaciones interpersonales, y al mismo tiempo una gran lucidez profética para interpretar la realidad y encontrar los signos, las palabras y los gestos que nos pusieran en sintonía con la corriente de la vida generosa.

Orlando tenía perfume de Evangelio.

* Centro Nueva Tierra – Agosto 2014

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