La
existencia de cada uno de nosotros siempre es bien concreta en un lugar con un
modo de estar siendo. Y en otros modos de ser, en otros lugares hay otras
orillas…
Jesús fue un
hombre que creó un movimiento itinerante que superaba las fronteras buscando la
justicia y la unidad. En la narración bíblica de hoy les pone como exigencia a
sus discípulos “cruzar a la otra orilla”. Mientras él sin apuro despedía a la
gente y después a solas se retiraba a orar. (Mateo 14, 22-33)
En estos días
con los misioneros españoles que nos visitan, se dieron encuentros entre “los
dos mundos, norte y sur, EN ESTA ORILLA”. Que son mucho más que dos, ya que en la misma Europa
hay distintas culturas y distintos acentos eclesiales. También en nuestra América,
en nuestro paisito hay una diversidad de maneras de ser y de creer.
Fue lindo
que ellos hayan cruzado el océano, de alguna manera nos permiten conocer algo
de lo que hay en la otra orilla. Anduvimos por las distintas comunidades del
campo, con su gente y costumbres. Estuvimos en Lago Merín y los distintos
barrios de Río Branco.
Hemos propuesto
que además de los encuentros y de la oración en común, cada cual se buscara un
tiempo personal “para masticar, para orar a solas”. El mundo de hoy nos tenta
con el individualismo. Pero a su ves nos podemos engancharnos en el activismo y
en lo grupal, sin tiempo para “estar a solas” como lo practicaba Jesús, quien
nos propone con su ejemplo, como una de las fuentes principales de la
espiritualidad cristiana.
Es normal
que al cruzar las fronteras culturales, eclesiales, sociales que nos separan “tambalee
nuestra barca”. La colonización de todas las épocas y de todos los tipos, en el
encuentro con “lo diferente” se impuso e incluso intento eliminar lo del otro. Creyéndose
dueños de la verdad o sobre los demás. A tal punto que no pudieron reconocer el
modo de manifestarse de Dios en ese lugar, en esa cultura.
Jesús,
cuando sus discípulos lo consideraban un fantasma y le tenían miedo al verlo
caminar sobre las aguas, les dijo “tranquilícense soy yo no teman”. Pedro respondió:
“Señor si eres tu mándame ir hacia ti sobre las aguas”. “Ven” le dijo Jesús. Y
mientras que Pedro tenía puesta su mirada en Jesús caminaba sobre el Mar, pero
cuando volvió su mirada hacia abajo, centrándose en el “mal”, le volvió el
miedo y se empezó a hundir. Gritando “Señor sálvame”. Enseguida Jesús le tendió
la mano, lo sostuvo diciéndole: Hombre de poca fe ¿porque dudaste?. Subieron a
la barca, la tormenta se calmo y los discípulos dijeron: “Verdaderamente este es
el hijo de Dios”.
En el taller
de Teología de Obsur, veíamos que hay un modo de encuentro, un modo de evangelizar
que es poniendo la mirada en el “pecado” y otro buscando, resaltando y
compartiendo “el bien” que ya está en cada persona, en cada grupo humano.
Creyendo que todo bien aunque no se nombre a Jesús, viene de Dios.
Hay un grupo
de amigos que llegaron de haber ido a la otra orilla de nuestro continente, la indígena.
El Bolivia algunos pudieron encontrase con Jesús en el modo de ser de los aborígenes
y el modo de estar de algunos misioneros que se han encarnado con una actitud
de servicio. Otros que han ido de turistas o con una actitud colonizadora, se
han vuelto o están allí muy insatisfechos “con los indios”.
Lo mismo ocurre
cuando misioneros llegan a Uruguay, o de la capital vamos al interior, o de la
ciudad al campo, y viceversa, nos “decepcionamos de los diferentes” buscando
que se conviertan, o descubrimos a Jesús que se manifiesta de manera distinta
en su modo de amar, servir, organizarse, celebrar…
Nacho
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