En la
estación de servicio de Río Branco nos encontramos a Nacho, Romina y otros
amigos, para ellos no hubo tiempo hasta
el lunes, ya el Domingo tenían que viajar al campo y comenzar la semana. Mientras
cargábamos nafta (Romina nos asustó al sorprendernos asomándose con un grito
por la ventana del auto, Maia y yo casi morimos en el acto de un infarto,
Chocho no, porque la vio venir por el retrovisor).
Arrancamos
para Montevideo, le erramos a la ruta y en vez de ir por Treinta y Tres, fuimos
para Melo, estábamos en otra, y somos limitados, o los tres chiflados, no lo sé...
El viaje se hizo más largo pero no nos importó y pudimos charlar mucho... En el
camino éramos como la versión opuesta de
los discípulos de Emaus... Aquellos estaban tristes.
Nos
trajimos todos los abrazos puestos, son las provisiones de la mochila, ahí
estarán para recrearlos nuevos cada día.
Adentro
de estos encuentros hay muchos
encuentros: con el otro, con todos, con uno mismo, la naturaleza, aún con
Dios... Esto no sucede solo acá, pero al estar más atentos, el ojo ilumina lo
que hay. Se puede ver lo nuevo y lo que traemos. En nuestro paisaje interior se nos alborotan un poco los pájaros
y todos los animalitos, quieren correr libres y se nos amontonas en algunos
corrales que pusimos en el campo, tal vez por distracción, miedo, buscando
alguna seguridad... quién sabe...
El
vicherío quiere correr al encuentro de los otros y se nos apretuja en la tranquera...
y en medio de la fiesta bajamos la
guardia, y salen todos corriendo volando, reptando...El águila recuerda que no
era una gallina...
Nos
empezamos a mostrar como somos, porque no estamos compitiendo para un puesto, o
algún tipo de dignidad que se otorgue. Dejamos ver lo que traemos en nuestro
paisaje porque no queremos ser perfectos para el aplauso, queremos que el Amor sea
perfecto para ser felices con los demás.
La fe
es un modo de relacionarnos y de crear lo nuevo: así, el paralítico puede creer que un judío de
Galilea es el Mesías que lo puede salvar y perdonar; luego sucede, pero sería
poco si cuando marcha con su camilla al hombro no creyera que sus hermanos
pueden contener la maravilla, la belleza y algo bueno. Creer que el otro es una
un milagro ayuda a que los milagros sucedan, es diferente a creer que el otro
tiene la medida de nuestros prejuicios... (El mar no entra en un balde, no hay
caso).
Cuando
el ojo deja de ser tiniebla no puede ser más que luz para ver al que tenemos en
frente. Y también Aquél que siempre está de la forma más adecuada y del modo más tierno y
amoroso.
Hoy ya
es lunes, anda cada cual en sus asuntos, el encuentro terminó, pero al menos por
hoy cualquier playa es para nosotros la laguna merín, así como el sol y las
nubes son las de allá y todas las capillas son aquella capilla... Porque el
encuentro no se termina cuando nos fuimos, se va terminando de a poco y en la
transición van surgiendo rostros y fotos de más lugares, donde también está
presente aquello que el Galileo solía llamar “El Reino de Dios”.
De a
poco transitamos de los rostros de allá a los del presente, de las palabras y
los gestos del encuentro a los de hoy. Sin embargo nos queda la sensación de
que nos conocemos hace años, con gente que estuvimos una semana o menos y
sentimos que se creó un tejido que va mucho más allá de la laguna merín... Y
tenemos el coraje de creer que lo que vivimos puede recrearse nuevo en
cualquier otro lugar, porque “lo que vimos y oímos, lo que tocaron nuestras
manos” en la laguna Merín, esta presente en todas partes, así como estuvo
presente antes y lo estará siempre.
Nosotros
recreamos esa experiencia, no cuando vamos a llevarla, sino cuando vamos a
buscarla en otros lugares y con otras personas. Nosotros ayudamos a que suceda
porque creemos, pero lo que buscamos está en todos lados, nos rodea como el
aire que respiramos.
No se
necesita mucho: un corazón dispuesto, un ojo atento, unas manos que no estén
agarradas a nada, porque el corazón es para amar, el ojo para ver y las manos
para abrazar, acariciar y hacer el pan que compartimos.
Nos quedamos
con los gestos pequeños, con la risa, los abrazos, y todas las fotos... y digo
todas las fotos sabiendo que la mente no las recuerda, pero seguro de que las
recuerda claras y vividas el corazón ya que no tiene un límite y puede tener
presente hasta el mínimo gesto y todos ellos a la vez...
Así que
no enumero cosas porque ya sabemos que son muchísimas... solo quería compartir una carilla con el
encuentro fresco aún y ponerlo en la mesa junto a los ecos de ustedes, ya sea
que estén escritos o no y seguramente lo hago en una actitud de agradecimiento
por lo que vivimos juntos y al igual que todos, esperando que se repita de las
forma que sea.
“A
veces pienso que se perdió algo
y luego
me doy cuenta que el final
es una
danza donde todos los milagros
van a
soñar, a bailar y cantar... un rato
Pusimos
nuestra carpa en la frontera
debajo
de los pinos contra el mar
abrimos
por la noche la tranquera
dejando
galopar, al corazón... un rato....”
Nos vemos por ahí, un gran abrazo Roberto Flores
(por si no se acuerdan quién es
Roberto, soy el amigo del Chocho, el gurú que multiplica las bananas)
PD la
canción del final la compuse para guitarra y “flautita”....
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